Publicado el 15 de Abril, 2007, 12:09
ENTREVISTA: GONZALO TRESPADERNE Profesor de Filosofía
"Los alumnos suelen poner lo material por encima de todo"
M. J. LÓPEZ DÍAZ - Almería - 12/03/2007 Trespaderne Arnaiz (Briviesca, Burgos, 1970) acaba de escribir una novela didáctica sobre la historia de la ética y los principales problemas morales de nuestro tiempo, a la que ha añadido un cuaderno de actividades y una guía para el profesorado. Bajo el título de Los caminos de la felicidad, Trespaderne cuenta las principales propuestas morales de la tradición occidental con un grupo de adolescentes como protagonistas. El libro, editado por la Consejería de Educación andaluza a través del centro del profesorado de El Ejido (Almería), es material educativo para secundaria y bachillerato, con una aplicación informática por la que ha recibido el segundo premio del Centro Nacional de Información y Comunicación Educativa. La aplicación está en www.iesabdera.com/novela y próximamente en www.cnice.es
"Teatralizo mucho, todo lo que sea hablar de personas de otro tiempo se les hace aburrido"
Pregunta. ¿Se ríen los estudiantes de Sócrates o Aristóteles? Respuesta. No, les tienen bastante respeto. Lo normal es que les resulten difíciles de entender. Mi trabajo ha intentado hacérselos asequibles, que disfruten con ellos y vean que aún tienen mucho que aportarnos hoy día. P. Ahora estarían vistos como machistas... R. Sí, lo comentamos a veces en clase y, en un capítulo de la novela, Carmen, una de las protagonistas, le pregunta al profesor: "¿Andrés, no hay alguna mujer sobre la que podamos hacer el trabajo de ética?", y él reconoce que no, que en el mundo de la filosofía se ha dado poca cabida a la mujer. Una tal Hypathia, en el siglo V, a la que apedrearon porque se enemistó con un obispo en su ciudad, Alejandría. Ya empieza a haber muchas mujeres que lo hacen mejor que los hombres. P. ¿Por qué surgió la idea de escribir esta novela? R. Hace unos 12 años leí El mundo de Sofía y me pareció estupendo intentar hacer la historia de la filosofía asequible al gran público. Pensé: qué bueno sería hacer algo parecido con la ética. Mi intención ha sido hacer una historia de la ética novelada. Luego intercalé capítulos sobre problemas morales de ahora. P. ¿Es preciso disfrazar con una historia ficticia las propuestas morales de Occidente para que los alumnos la digieran? R. Soy más partidario de simplificarlas y sintetizarlas al máximo. Por ejemplo, cuando explico a Aristóteles, me vale si se quedan con que para alcanzar la felicidad hay que intentar quedarse en el término medio entre dos extremos. Yo teatralizo mucho, tienes que hacerlo. Todo lo que sea hablar de personas de otro tiempo se les hace aburrido. Pongo muchos ejemplos y recursos multimedia. Creo que llegan a disfrutarlo. P. ¿Tienen la filosofía y la ética el papel que merecen en el sistema educativo actual? R. Hay que ver cómo se desarrolla la nueva ley. Yo creo que sí. Ahora el ministerio tiene que perfilar un poquito más los contenidos. Pero los profesores tenemos campo para desarrollar nuestros conocimientos. P. ¿Ve a sus alumnos preparados para un mundo que valora el dinero por encima de todo? R. Precisamente, en una clase con alumnos de 2º de bachillerato hablábamos de esto. Y, efectivamente, suelen poner lo material por encima de todo. Yo les ponía en un supuesto: "Imaginaos que una multinacional os ofrece trabajar en un proyecto muy importante pero que, para eso, tenéis que sacrificar amigos e incluso pareja". La mayoría me reconocía que se iría a trabajar con la multinacional, porque igual es un tren que pasa una sola vez en la vida. P. ¿Le han puesto sus alumnos en algún dilema ético alguna vez? R. Sí. Alguna vez he ido con ellos de viaje de estudios y por las noches querían salir. El profesor no debe dejarles que consuman alcohol. Pero es un día de fiesta en un ambiente distendido, ¿qué haces? Vamos a dejar en el aire lo que pasó. El viaje terminó bien, todos muy contentos.
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Publicado el 1 de Septiembre, 2006, 18:22
http://www.brenifier.com/09754253/artetrangers/espagnol/artetranger_esp_dialogo_socratico.htm ARTICLES ÉTRANGERS - ESPAÑOL - DIALOGO SOCRATICO
Óscar Brenifier (Traducción y notas de Gabriel Arnaiz , gabriel.arnaiz@gmail.com )
Del 24 al 39 de julio pasado se celebró en Loccum (cerca de Hanover, Alemania) la tercera Conferencia Internacional sobre el Diálogo Socrático . Estuvieron presentes participantes de una quincena de países, principalmente de Inglaterra, Holanda y Alemania, países donde esta práctica se ha desarrollado con mayor vigor. Fundada por Leonard Nelson y Gustav Heckmann, inspirada en Platón y en Kant, el Diálogo Socrático se presenta como una práctica filosófica de carácter cívico en la que un pequeño grupo de individuos dialogan conjuntamente durante varias horas con el objetivo de profundizar sobre una pregunta fundamental de interés general y de encontrar una respuesta. La pregunta central del diálogo no debe ser tratada desde la abstracción, sino que debe ser aplicada a la experiencia concreta de uno o de algunos de los participantes. Esta experiencia singular deberá ser elegida por el grupo y ser accesible a todos. Se inicia entonces una reflexión sistemática sobre la experiencia relatada, en el transcurso de la cual deberán establecerse los juicios de valor comunes y enunciarse los principios subyacentes que dan cuenta de estos juicios. Este modelo de diálogo busca a priori alcanzar un consenso, consenso que por definición es considerado como posible y deseable. Para alcanzar este propósito, se le exige a cada uno de los participantes grandes dosis de esfuerzo y disciplina para clarificar al máximo sus pensamientos y poder ser así adecuadamente entendidos. El objetivos de estas conferencias internacionales, que se celebran cada dos años, es el de hacer hincapié fundamentalmente sobre la práctica, de repasar los presupuestos teóricos, de desarrollar nuevas ideas y de promover la cooperación entre los facilitadores "socráticos". La edición del año 2000, titulada Diálogo Socrático y Ética, tuvo como objeto específico del debate la utilización de la práctica en diferentes contextos institucionales. Por ejemplo, en el campo de la enseñanza: en Alemania, un gran número de docentes lo utilizan en el marco de los cursos de filosofía de secundaria, que cada vez representan una alternativa mayor a los cursos de religión. Otro ejemplo, el ámbito de los negocios: en Holanda numerosos consultores de empresas usan el DS como herramienta de gestión de personal y como instrumento de negociación. Ahora bien, se me ocurren algunas preguntas: ¿Puede venderse esta práctica como otro producto más de marketing? ¿Quién esta autorizado a utilizar esta etiqueta de DS? ¿Qué grado de "apertura" deben tener los facilitadores socráticos? y ¿Cuál es la obligación ética que nos impone el diálogo? Interrogantes similares a los anteriores surgieron en el transcurso de estos días repletos de debates y polémicas, en particular entre los partidarios de un enfoque más pragmático y aquéllos otros más tradicionales. Más allá del debate interno entre las asociaciones que lo utilizan, el Diálogo Socrático puede constituir un instrumento interesante para la enseñanza y la práctica de la filosofía. En particular, dentro del análisis de casos y de la investigación de presupuestos. (Sin embargo, de forma similar a la que se produce con cualquier otra escuela de pensamiento, ciertas rigideces intelectuales y psicológicas se van instalando, provocando quizás demasiados formalismos que poco a poco van perjudicando el buen funcionamiento y comprensión de estas prácticas.) Algunas críticas expresadas por diversos participantes parecen tener bastante fundamento y nos deberían poner en guardia. ¿Por qué prohibir el modo hipotético y privilegiar un realismo que tanto constriñe? ¿Por qué descartar de antemano la idea misma de "problemática" a favor de una verdad unívoca y prescrita? ¿Por qué la abstracción es percibida como algo artificial y no como algo deseable? ¿Es siempre el consenso una garantía de rigor y de autenticidad? Demasiados supuestos que limitan y reducen el proceso del pensamiento. Una pregunta fundamental queda por responder: ¿Cómo puede una práctica específica transformarse en algo diferente a ella misma sin traicionarse y sin abandonar su razón de ser? Buen tema para un Diálogo Socrático. ¿Sería posible llegar a un consenso sobre este asunto?
ÓSCAR BRENIFIER es doctor en filosofía, autor de numerosos artículos sobre estas nuevas prácticas filosóficas, orientador filosófico, formador de "talleres de filosofía y filosofía para niños" por todo el mundo (Francia, Noruega, Persia, Rusia, China, Mali, España,…), director de la revista "L´Àgora" sobre didáctica de la filosofía ( www.crdp-montpellier.fr/ressources/agora/index.html), escritor de libros de divulgación filosófica para niños (colección "PhiloZenfants") y para jóvenes (colección "L´apprenti philosophe"), fundador de la revista filosófica para todos los públicos Le Vilain Petit Canard, animador de cafés filosóficos, … y padre de tres preciosos hijos.
NOTAS 1 (N.T.) Artículo aparecido en el número 8 de la Revista Internacional de Didáctica de la Filosofía Diotime-L´Agora en diciembre del año 2000. Esta revista puede consultarse íntegra y gratuitamente en internet en la siguiente dirección: www.crdp-montpellier.fr/ressources/agora/index.html. 2 GABRIEL ARNAIZ es profesor de filosofía de enseñanza secundaria, miembro del Grupo ETOR (www.grupoetor.org ), vinculado al movimiento de Filosofía para Niños, organizador del primer café filosófico en España (www.lopezdearenas.com/filocafe/index.htm) e introductor de la obra de Brenifier en lengua española, así como de ese movimiento que en el mundo francófono se conoce como "nuevas prácticas filosóficas", como por ejemplo, los talleres de filosofía o los diálogos socráticos. Ha traducido su libro "Enseigner par le débat" (Enseñar mediante el debate, de próxima aparición), y varios artículos sobre la orientación filosófica y temas afines. Coordinador de la 8ª Conferencia Internacional sobre Filosofía Práctica que se celebrará en Sevilla el 2006. Docente de la Universidad de Sevilla, se encargará de la vertiente grupal (cafés filosóficos, talleres de filosofía, diálogos socráticos, orientación grupal, aplicación en instituciones y empresas, etc…) del I Master en Filosofía Práctica de la Universidad de Sevilla. Imparte cursos y conferencias sobre Filosofía Práctica y sobre el uso de las nuevas tecnologías a la enseñanza de la filosofía ( www.lopezdearenas.com/filosofia). Mantiene un blog sobre Filosofía Práctica, www.blogia.com/filosofiapractica, y otro sobre Didáctica de la Filosofía, www.blogia.com/didacticafilosofia. 3 (N.T.) Tuvo lugar en el año 2000. La primera conferencia internacional se celebró en 1996 en Gran Bretaña y se centró sobre "El Diálogo Socrático y la Filosofía Crítica", la segunda tuvo lugar en Holanda en 1998 y se trataron las diferentes aplicaciones del DS en la empresa y en las organizaciones bajo el título de "La experiencia holandesa". En el año 2002 se celebró la cuarta conferencia otra vez en Gran Bretaña y el título fue esta vez "La Ética y el Diálogo Socrático en la Sociedad Civil". La próxima tendrá lugar este año, 2006, en Alemania. La institución que coordina estas conferencias es la SFCP, la Society for the Furtherance of the Critical Philosophy (esto es, la Sociedad a Favor del Desarrollo del Pensamiento Crítico) y la GSP, la Gesellschaft für Sokratischen Philosophieren, es decir, la Sociedad de Facilitadores Socráticos, que agrupa a todos los filósofos que utilizan esta metodología. Para más información, se puede consultar la siguiente página web www.philosophisch-politische-akademie.de/inhalt.html (en alemán e inglés). La SFCP posee también una página web muy interesante: http://www.sfcp.org.uk/. (en inglés). En nuestra lengua, hasta el día de hoy, y exceptuando la explicación que ofrece Lou Marinoff al final de su libro "Más Platón y menos Prozac" (págs. 428-439), no existe aún nada publicado ni traducido al respecto. 4 (N.T.) Utilizamos el neologismo de facilitador como término para designar lo que internacionalmente se conoce en inglés como facilitator, aunque Brenifier prefiera utilizar el término animateur, que nosotros hemos traducido en algún momento como animador. |
Publicado el 1 de Septiembre, 2006, 18:18
http://www.nodulo.org/ec/2005/n045p19.htm
El Catoblepas • número 45 • noviembre 2005 • página 19
Cine y didáctica de la filosofía
Estas películas constituyen un material idóneo para la enseñanza de la Filosofía en el Bachillerato
Introducción Estamos seguros de que cualquier profesor que se dedique a la docencia de la Filosofía en Enseñanza Secundaria, tanto en el antiguo tercero de B.U.P. como en el actual primero de Bachillerato, en cuanto tenga unos cursos de experiencia en la práctica cotidiana a pie de aula sabe que recursos o medios le resultan más efectivos para lograr abordar ciertos temas y concitar así la atención de los alumnos. Como además se trata de una profesión (la docente) en la que todos hemos sido «cocineros antes que frailes», y algunos casi sin solución de continuidad, es fácil recurrir a la memoria episódica para recordar cómo impactaron en nosotros o nos influyeron las innovaciones didácticas, que no pedagógicas, que se han ido implantando en España en las últimas décadas. Nos referimos específicamente a los medios técnicos para presentar y documentar diversos contenidos académicos. Ya van quedando lejanos los años en los que se introdujeron en las aulas los proyectores de opacos, de transparencias y sobre todo de diapositivas. El interés por el Séptimo Arte también ha prendido en muchas personas en sus años mozos, de estudiantes en los institutos, pues hubo un tiempo en España en el que cualquier mediana ciudad de provincias estaba atestada de cines, dándose además proyecciones los fines de semana en las parroquias, en las bibliotecas a cargo de los ayuntamientos, en algunos colegios privados y por supuesto también en los institutos públicos, en estos últimos casi siempre al amor y al calor de algún profesor cinéfilo. Mucho se ha escrito también sobre la cinematografía como vehículo de estereotipos sociales, de modas, de propaganda ideológico-política, de mitología, &c. Citar además que no son pocas las veces en las que el cine ha rendido culto al cine, y como muestra evocamos aquí Cinema Paradiso de Giuseppe Tornatore (1989). Por otra parte la Filosofía académica ya ha reflexionado sobre el Cine y ha utilizado el Cine como cauce de su desarrollo. Nos remitimos así en esta doble vertiente a la obra –ya clásica– de Gilles Deleuze L'image-mouvement. Cinéma I y L'image-temps. Cinéma 2{1}. No es nuestro propósito analizar aquí el alcance (presumiblemente más epistemológico que gnoseológico) de la influyente obra de Deleuze, ni tampoco vamos a entrar en el estudio de las complejas relaciones histórico-sociológicas, institucionales y gnoseológicas (con sus correspondientes correlatos ontológicos) que existen entre el Cine y la Televisión. No obstante entendemos que en el recinto del aula el cine ha tenido dos aliados, a saber: la televisión y el vídeo (junto con el DVD más recientemente). Nos apresuramos a matizar que cuando hablamos ahora de televisión nos referimos a la televisión material,{2} es decir en cuanto receptor por el que pasamos una cinta de vídeo o un DVD, con la posibilidad de parar la imagen, repetirla, &c. Bajo esta perspectiva el cine puede ser un protagonista de excepción. Lejos de trivializar la tarea expositiva y racionalizadora del docente la abre a una relación alumno-profesor más activa y dinámica. Si se sabe elegir una película adecuada y coherente con el propósito que se quiere lograr en los adolescentes, y si se les compromete y exige un visionado atento y crítico del film para su posterior discusión y matización, todo lo que logremos como enseñantes no será baldío. Uno de los escollos para todo profesor es el de buscar elementos atractivos y motivantes que arranquen a partir de los conocimientos previos y de las experiencias vitales de los chicos y chicas. En este sentido una película puede servir para que se sumerjan en una trama a través de un medio próximo a ellos, como es la televisión y los reproductores de vídeo o DVD. El cine, el buen cine, contiene o puede contener en diferentes grados de complejidad y de estructuración holótica (por ejemplo, en articulación diamérica) los elementos constitutivos que ya Aristóteles en La Poética (1450b-1451a) atribuía a la tragedia: así el argumento, los caracteres, el lenguaje, el pensamiento, el espectáculo, la música, y por supuesto también la acción, las peripecias y el reconocimiento (anagnórisis). Por decirlo de alguna forma todo ello permite en dos horas «ponerse en situación» sobre temas tales como, «los conflictos religiosos y las disputas teológicas en el siglo XIV» o «las relaciones tribales e interculturales en los primeros homínidos», por citar dos simples ejemplos. Resulta evidente que no debe entenderse la imagen como un sustituto de la lectura sino como esa caverna (en el sentido platónico del mito) de la que extraer un conjunto de motivos y pretextos para la reflexión, remontando en el regressus las apariencias para llegar a los conceptos e ideas. Bajo esta óptica y dentro de este marco educativo entendemos que son útiles películas como En busca del fuego (La guerre du feu, 1981), El nombre de la rosa (Der Name der Rose, 1986) y El Oso (L'Ours, 1988) –las tres dirigidas por Jean-Jacques Annaud–. Otros filmes que hemos utilizado con fines docentes son Un hombre llamado caballo (A Man Called Horse, 1970) de Elliot Silverstein, Las aventuras de Jeremiah Johnson (Jeremiah Johnson, 1972) de Sydney Pollack, Senderos de Gloria (Paths of Glory, 1957), 2001: Una Odisea en el espacio (2001: A Space Odyssey, 1968) y La naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971) de Stanley Kubrick. Citar también Dersu Uzala de Akira Kurosawa (1975) y La Misión (The Mission, 1986) de Roland Joffé. A buen seguro que se nos quedan algunas en el tintero y a buen seguro también que cada profesor tendrá sus favoritas para ilustrar según que temas {3}. Como contrapunto que ponga las cosas en su sitio, y frente a lo expuesto líneas arriba con un tono en exceso conciliador y optimista, también hemos de decir con claridad que el recurso de pasar una película, en una o varias clases de un mismo grupo escolar, es en los últimos lustros un hábito socorrido por los profesores en algunas asignaturas, muchas veces simple y llanamente como fórmula para llenar el tiempo (cuando no de matar el aburrimiento) o para intentar aproximarse y conectar con los discentes, algo cada vez más difícil dado el ínfimo nivel de comprensión lectora de muchos alumnos. Entender, comprender e interpretar una película no es una tarea fácil, por más que muchos jóvenes se representen de forma ingenua la ceremonia de visionar un film como algo autoevidente cuando no claramente lúdico. La aparente proximidad del medio, del que muchos jóvenes son consumidores en sus ratos de ocio, genera en ellos el espejismo de la facilidad trivializadora, cuando es bien cierto que una imagen no vale más que mil palabras y que para penetrar a través de las imágenes más allá de éstas es necesario tener conocimientos que sólo el estudio y la lectura pueden proporcionar. Los comentarios a las siguientes películas están pues pensados más como una introducción didáctica que puramente doctrinal (por ejemplo gnoseológica), por ello no sacamos todas las consecuencias que desde el Materialismo Filosófico se pueden con rigor obtener de estos dos filmes, sobre todo en lo referente a la idea de Cultura y sus modulaciones. En busca del fuego. Del cine, el hombre y sus orígenes La película de J. J. Annaud En busca del fuego (La guerre du feu, 1981), supervisada por especialistas en los lenguajes animales de las diferentes especies del género «homo» y con la asesoría del famoso zoólogo Desmond Morris, es un trabajo interesante, si bien en estos últimos años, y sobre la base de las técnicas infográficas de tratamiento de la imagen, se han elaborado documentales muy atractivos ( Nuestra especie por ejemplo) en torno a la evolución del Hombre, dicho sea así en sentido genérico. La película a la que nos referimos se pasó por televisión en una cadena generalista (Antena 3) el 3 de noviembre de 1988 y ya en aquel momento nos pareció un excelente material para ser reconstruido y explicado desde el Materialismo Filosófico. Para quien conozca la literatura científica de Morris, reconocido por obras tan divulgadas como El mono desnudo, El zoo humano o El contrato animal, la película tiene bastante interés. El que Desmond Morris reduzca las principales dimensiones del ser humano a los factores estrictamente biológicos, zoológico-etológicos, más que un desviacionismo, una parcialidad o un reduccionismo gnoseológico resulta en el contexto de la película de referencia el soporte crucial de su elaboración, dándole la talla de película sin parangón. En la historia del cine han sido varios los intentos que se han elaborado sobre lo que podríamos llamar de forma harto grosera «el hombre primitivo». En general no pasaban de ser subproductos de películas de acción que, a la vez que sacaban partido a los efectos especiales, mostraban de forma recatada pero no por eso menos evidente la exuberancia erótica de la protagonista principal. Todo ello sin ningún criterio cronológico ni antropológico, donde los dinosaurios de cartón piedra se entremezclaban con las grotescas peleas por la atractiva chica. En busca del fuego es una película muy distinta y, aunque hace algunas concesiones cómico-dramáticas para el gran público, no se aleja del espíritu científico que la documenta. La acción se sitúa hace ochenta mil años y a pesar de estar planteada como el conflicto entre hordas distintas, sin jerarquización cronológica, puede ensayarse –sobre todo con intención didáctica– el hacer distinciones entre las diferentes subespecies del género Homo que en el film aparecen. El hilo argumental se genera y transcurre a partir del ataque que sufre una banda de «hombres» (pongamos por caso neandertales ya en fase de decadencia) por otro grupo mucho más arcaico que pretende robarles el fuego (¿Homo Erectus?). Estos últimos diezman a los primeros y los supervivientes se refugian atemorizados en una zona lacustre. Es aquí –a través de una situación trágica con un toque cómico– donde se «pierde el fuego» y donde tres individuos que actuarán como protagonistas comienzan su éxodo en busca del fuego perdido, es decir a la caza de una ocasión para poder robarlo. Cualquier espectador aun en los inicios de la película puede percibir su rigurosa factura y su buen rodaje, si bien el guión, heredero de la novela homónima de J. H. Rosny Sr., está construido sobre la ficción de la coexistencia del Homo Erectus o de alguna de sus variantes con el Homo Sapiens (por ejemplo Cro-Magnon). Así el encuentro de los tres protagonistas, actuando uno de ellos como claro líder, con otras hordas de congéneres caníbales y el hecho de que rescaten de ser devorada a una joven de una especie más evolucionada, pongamos Cro-Magnon, encauza ahora toda la historia. El fuego es el elemento que les permite, aún sin saber fabricarlo, dominar minimamente su relación con la naturaleza envolvente (Umwelt), con el medio; pero a su vez el enfrentamiento con otras hordas viene mediado también por el fuego. De esta manera la película recoge las actividades propias de los ejes circulares y radiales del espacio antropológico, es decir se nos presentan las relaciones de estos hombres con otros hombres y con el medio natural. Especial mención merece la relación con los animales. El episodio del encuentro con los mamuts, mientras nuestros protagonistas son acosados por una banda a la que le habían robado el fuego, es uno de los más brillantes de la película. Se trata de una recreación fílmica de una relación primorreligiosa, es decir asistimos a una religación numinosa propia de las religiones primarias. El cabecilla del pequeño grupo se arrodilla ante el mamut, le implora y le hace una ofrenda de hierba ganándose la protección de esos dioses ahí ejecutada, pues los animales divinos salvan a los «hombres» de sus miedos a otros «hombres». Es esta una relación numinosa pues los mamuts producen a la vez terror y admiración, y al mostrar el rito de la ofrenda –adoración ante ellos– ahuyentan a los atacantes. Como contrapunto el ataque del oso dentro de su cueva a uno de estos «hombres» habría que matizarlo como una relación propia del eje radial. Las prácticas sexuales también aparecen reflejadas en la película y la evolución en la cópula está presente en algunas escenas. El «amor» entre el cabecilla del trío mencionado y la joven rescatada hace que el film se encauce finalmente a través del contacto cultural donde los protagonistas son agasajados y utilizados como «seres fertilizadores». El aprendizaje de la fabricación del fuego y el reencuentro con la horda originaria, a través de luchas donde la evolución de las armas arrojadizas (azagayas) muestra su funcionalidad, ponen punto final a esta buena película que nos traza las líneas maestras del espacio antropológico. Es decir de las dimensiones del ser humano ya en sus orígenes{4}. El Oso. El seductor encanto de la naturaleza humanizada. Rodada después de que el esfuerzo por llevar a la imagen el complejo y polimorfo mundo de El nombre de la rosa no resultase estéril, esta otra película, El oso (L'Ours, 1988), contiene bastantes elementos que desde el punto de vista gnoseológico y del espacio antropológico están vinculados con En busca del fuego. Si respecto de ésta ya hemos citado la relación de los diferentes homínidos entre sí (eje circular), su mediación con la naturaleza a través del fuego (eje radial) y la especial religación con los animales-dioses ( eje angular), en el caso que ahora nos ocupa es también posible y necesaria una tarea de contextualización tanto escénica como temática, que profundice en los posibles planos de reconstrucción e interpretación del film. A primera vista el argumento parece sencillo y el encanto de sus escenas iniciales invita a percibir una película bonita, que nos fascina por la superficial afinidad estética de unas tomas muy bien elaboradas de las reacciones del osezno («Douce») que se ha quedado sin madre. Tengo claro que esta es una constante que se despliega en la película (a pesar de los momentos dramáticos), y que por los sentimientos que busca evocar en el espectador hace difícil un mayor esfuerzo de penetración crítica. Parece quedarse tan complacido en el envoltorio del film que ya no se desea más. En este sentido es una película para el «gran público», una película que por la ternura que rezuman, casi de forma harto empalagosa, las reacciones del osezno huérfano y las relaciones entre la pareja de osos adultos («Bart» y «Doc») tiene o parece buscar el matiz clásico (el glamour) de las creaciones de Walt Disney. A este grande del cine los efectos de la infantilización antropomórfica siempre le dieron muy buenos resultados en taquilla. Todo es vínculo afectivo y conductas de apego. Pero precisamente por todo lo dicho es por lo que es necesaria una profundización dado el argumento del film en su conjunto, porque con independencia de que el director pretenda realizar un canto a la naturaleza, –de ahí la cita de James-Oliver Curwood, autor de la novela The Grizzly King en la que se basa el guión–, o al ecologismo armonista mediante una nueva versión, en este caso «animalizada», del rousseauniano mito del «buen salvaje», hay indicios en la obra de una mayor trascendencia, precisamente aquellos que la asemejan a En busca del fuego. Annaud juega con la siguiente ambigüedad: o humaniza las conductas del osezno proyectando así sobre el mundo animal (zoológico) actitudes exclusivamente humanas, o al contrario, recoge de manera muy exquisita la dimensión instintiva de los osos, es decir la dimensión etológica. Si se tratase del primer caso la película no desbordaría el «glamour» de las de Walt Disney. En el segundo el film tendría un carácter distinto, documentalista y preparatorio para la dramática relación con los hombres, es decir con los cazadores. Nosotros optamos por esta última interpretación desde la perspectiva gnoseológica. Como comprenderán ninguna de las dos operaciones fílmicas es excluyente, la ambigüedad es necesaria. La dimensión cultural de los hombres se da por supuesta en la película. Supongamos que son cazadores profesionales, uno de ellos viejo y experto, el otro joven, impaciente y todavía falto de pericia en el oficio. Este es el eje de las relaciones humanas circulares (según el espacio antropológico del materialismo filosófico). Ciertos planos resaltan la muy «humana» concentración en su tarea esmerada de matar a los osos, pues limpian las armas con cuidado, preparan los cartuchos ( eje radial), planean la estrategia a seguir, &c. Desde nuestra perspectiva entendemos que se trata sin duda de subrayar la dimensión del «mono vestido» como homo faber, del hacer en el sentido latino del facere, como actividad manual o quirúrgica vinculada en este caso a las técnicas de caza. Mas también se muestra en el film el ámbito del agere, pues como acabamos de decir se planean estrategias para cazar al oso, lo cual presupone ontologicamente que este es un centro o núcleo de voluntad e inteligencia (y por cierto muy peligroso). Así percibimos el eje angular. Cuando el cazador inexperto falla el tiro (sólo hiriéndolo, digamos que por desconocimiento de la anatomía del animal y por excesiva confianza en una novedosa arma de repetición que se encasquilla fácilmente) comienza el drama en el sentido poético, queremos decir fílmico de la trama. El «grizzly» macho se «venga» en los caballos y los maltrechos cazadores tienen que agudizar las estratagemas apareciendo también el miedo. Annaud resalta ciertos elementos panteístas aunque claramente reinterpretables desde el Materialismo Filosófico. El cazador solitario, a la espera de su amigo que ha de llegar con ayuda para completar la partida de caza, es un animal acorralado, teme al viento, a los susurros del bosque, &c., y así la distinción entre Naturaleza y Cultura se desdibuja. Los planos pueden llegar a confundirse, ¿qué es lo genérico? Lo común es el instinto que sobrecoge e impulsa y el hábito de lo aprendido, de la maña, de aquello que los griegos arcaicos llamaban la metis. Las astucias, la habilidad del oso que enseña a cazar al osezno adoptado y del hombre que prepara las balas para hacerlas más mortíferas. El clímax de la película se desarrolla cuando el oso y el cazador inexperto que intentó de forma fallida darle muerte se encuentran cara a cara. Ahí claramente se enfrentan y se desdibujan las fronteras entre Naturaleza y Cultura (el hombre cazador presunto dominador de la naturaleza que la aprovecha para sí, y el animal, mamífero superior, que tiene racionalidad operatoria). El oso «aterroriza» y a la vez «perdona» la vida al cazador cazado, renuncia a la venganza. Desde la ideología ecologista y desde el cristianismo de Pascal podría afirmarse que la Naturaleza «aterroriza y envuelve» al hombre como ser cultural (moral, social, tecnológico) pero también le da la vida. En reciprocidad el hombre conturbado, anonadado, también perdona la vida al oso. La Cultura ha de respetar la Naturaleza (de ahí también la cita de Curwood que glosa el film: « Hay un placer mayor que matar, dejar vivir»). Pero Annaud va más allá, pues al igual que en En busca del fuego el «hombre» se arrodillaba ante el mamut ahora el cazador tiene una reacción similar. El director sigue jugando pues con la ambigüedad pero abriéndose al interés por los númenes originarios. Así la explicación que da Gustavo Bueno de la película desde el materialismo filosófico es la siguiente y la recogemos en la presente cita. «Desde este supuesto, parece legítimo poner en conexión el concepto de una 'religión primaria' en alguna referencia virtual ineludible, con el creciente interés que nuestro presente mantiene por los animales (teoría de la evolución, etología, zoolingüística, cementerios de perros, frentes de liberación animal, supresión de los zoológicos). Este interés no tiene por qué ser entendido como una simple proyección antropomórfica; tiene que ver más con la religiosidad primaria, una vez removidos los prejuicios terciarios y secundarios. Pero la ambigüedad es objetiva y ella explica las vacilaciones constantes por parte de los 'hermeneutas'. Jean Jacques Annaud es un excelente ejemplo de esta ambigüedad y de esta vacilación hermenéutica con su película El oso. Porque, en general, es cierto, los osos de esta película (Youk y Kaar) nos son mostrados desde la perspectiva uniforme (no por ello menos discutible) del ecologismo humanista; desde luego, las relaciones mutuas entre Youk y Kaar se mantienen en un marco de formato estrictamente antropomórfico y las relaciones entre los hombres y los osos, son tratadas, en general, en el ámbito de un escenario 'terciario' (en el cual, el hombre ha asumido el papel de protector de los osos). Pero hay en este film por lo menos una situación en la cual las relaciones entre el hombre y el oso alcanzan una coloración muy intensa del tipo primario. Es la situación en la que un hombre desalmado, un hombre que ha traicionado al animal, se dispone a asesinar al oso por el simple y horrendo placer de matar: este hombre se nos muestra, por tanto, como un delincuente, más aún, como un pecador abyecto, como un malvado. Pero ocurre que, de golpe, y por la naturaleza de las cosas –la sed del hombre, la disposición del lugar donde se encuentra el manantial–, hace que el hombre se encuentre inesperadamente acorralado por un oso lleno de ira, que ya no trata de defenderse (no lo necesita), sino de castigar la perversidad del hombre cazador. Como un Dios terrible, el oso se dispone a destruir al malvado. Y es entonces cuando este hombre despliega una conducta ceremonial inequívocamente religiosa (primorreligiosa): se arrodilla ante el oso, le habla, le ruega, le pide perdón, llora, inclina su cabeza cogida entre sus manos y parece entregarse arrepentido a la voluntad del oso. Entonces el oso, con la magnanimidad que le otorga su poder soberano, perdona al hombre y lo deja escapar humillado. Diríamos, en resolución, que la película El oso, según este análisis puede valer como una rica ilustración de la manera como una relación de religación primaria es capaz de reproducirse inesperadamente en un escenario de fondo 'terciario'. Es el escenario en el que habitualmente respiran los hombres de finales de este siglo: un escenario en el cual los animales inspiran, en el mejor caso, una simpatía que, aunque contaminada sin duda de antropomorfismo, no por ello habría tenido que perder todo su parentesco con la piedad.» {5} Como resulta evidente Annaud explora la dimensión angular del espacio antropológico que se hace patente en esa relación de Tom, el joven e inexperto cazador (interpretado por el actor Tcheky Karyo), con el oso grizzly en cuanto que numen primario. Asimismo el trasfondo es terciario, no sólo en la medida en que presuponemos que los hombres que aparecen en el film profesan una religión superior monoteísta del libro, por ejemplo el cristianismo protestante en alguna de sus múltiples variantes, sino también porque la caza que practican cobra sentido dentro de la cultura civilizadora blanca, que en su expansión por el orbe necesita dominar la naturaleza, llegando incluso a exterminar a aquellos seres (animales) que impiden o bloquean dicho proceso civilizador, (entendiendo aquí «Civilización» como oposición dialéctica a «Cultura Bárbara», cerrada u homeostática). Ciertamente y con independencia del relato ficticio que sirve de base al guión, la historia de los EE. UU., y también en menor medida la de Canadá, se constituyó materialmente en uno de sus tramos esenciales a través de la caza sistemática y aniquilamiento de animales salvajes: bisontes, lobos, osos, que impedían ese proceso civilizador por su peligrosidad y ferocidad o que vivían en un hábitat o nicho ecológico idóneo para el ganado doméstico que se iba a introducir, (es el caso claro de la competencia del vacuno frente al bisonte americano, mal llamado búfalo). Los cazadores profesionales dejaban esa «naturaleza preparada» («humanizada» ya de algún modo) para la llegada de los ganaderos, agricultores, prospectores mineros y maderistas. Esto es algo, por cierto, que con ser rigurosamente verdadero e histórico no aparece sistemáticamente en los libros de Historia. En esta película el atrezzo de los cazadores está muy bien construido como parte esencial de su actividad profesional. El más joven lleva un modelo de lujo de la carabina estadounidense Winchester 76 en calibre 45/75, arma de repetición muy novedosa en aquel momento, y el más viejo, experto y seguro de si mismo, una versión deportiva del fusil inglés militar Martini-Henry que era un arma robusta y fiable pero monotiro. Por otra parte los caballos que se ven en la película son de razas europeas y no americanas, y los paisajes en los que está rodado el film corresponden a los mismos plegamientos geológicos que los de las Montañas Rocosas. La oposición entre el cazador joven y bisoño y el experto es constante durante la película, y esto se traduce también en la relación con las armas que portan. Al final del film esta oposición dialéctica propia del eje circular se ve a su vez mediada, codeterminada, por la relación angular por la que atraviesa el joven cazador. Éste, acorralado por el oso tremendo, le ruega, le pide perdón e incluso lo consigue {6}. Una vez recuperado de tan tremenda experiencia tiene como primera reacción el intentar matar al animal como si nada hubiese pasado. Pero se produce una especie de «conversión paulina», de «caída del caballo», y en reciprocidad con el oso él también le perdona la vida y dispara al aire para ahuyentarlo, impidiendo además que su compañero le de caza. Ahora los dos hombres comparten un secreto común no revelado, pero intuido de alguna manera por Bill, el vejo cazador, que prefiere no hacer preguntas. Por eso esta película no sería posible sin el desarrollo de la Etología y sin algunas de sus consecuencias teóricas, y eso a pesar del antropomorfismo con el que se nos muestra a los osos y al osezno en su relación con su «padre adoptivo y protector» incluso también al final del film. El «secreto común» que comparten ahora los dos cazadores es presentado por Annaud basculando hacia el antropomorfismo y hacia el ecologismo armonista, que a la vez refuerza los lazos éticos entre los dos hombres. Se nos quiere dar a entender que el cazador arrepentido y convertido a la «buena nueva» colgará el rifle y no volverá a cazar jamás. Éste parece que es el postrer mensaje del director que queda subrayado por la cita de James Oliver Curwood que cierra la película y que ya hemos reproducido. El antropomorfismo animista (y psicologista) de raíz cartesiana que está presente en el planteamiento de Annaud se elabora también a través de la «maldad psicológica» del joven cazador de osos. Maldad que queda remarcada por la meticulosidad con la que limpia su arma y prepara las balas para hacerlas más mortíferas, y también por la oposición al cariño que dicho cazador profesa a los perros, y al cómico trato que da al osezno cautivo y que tanta gracia les hace a los dos hombres. Así se despliega el andamiaje de la ideología del ecologismo armonista del director, siendo presentado dicho ecologismo como una «conversión» y como una superación dialéctica (cancelación, aufhebung) dada en la subjetividad del cazador, que ya «convertido» va a ser mejor persona en el plano ético, pues se gana el respeto de su compañero, el viejo cazador que justo por eso no le hace preguntas y que supuestamente girarían en torno a la terrible experiencia que ha sufrido (la ya citada relación primorreligiosa). Frente a esta conclusión tan ingenua aunque bienintencionada, presente en el director de la película que aun sin saberlo trabaja con un espacio antropológico bidimensional (oposición Naturaleza/Cultura), hay que responder con las mismas palabras que Gustavo Bueno dedicó a Gonzalo Puente Ojea en El animal divino: «Lo cierto es que el desarrollo de la Etología es precisamente el que hace posible el nuevo planteamiento de la filosofía de la religión abierto por El animal divino: anteriormente a la consolidación y difusión de la Etología hubiera sido imposible de todo punto concebir y defender una concepción filosófica de la religión semejante, precisamente la que permite desprenderse de los prejuicios 'antropocéntricos' en torno a los cuales se construyó la Antropología clásica... Y, en todo caso, la verdad que, por nuestra parte, atribuimos a la religión primaria, no deja de ser también antropológica, porque la antropología no puede circunscribirse, según al modo del idealismo, en la consideración de los 'contenidos internos' de un 'hombre' tratado como si fuese una esencia megárica, capaz de 'proyectar' de su seno, sobre su entorno, sus propios esquemas y conformando con ellos su mundo. La antropología materialista sabe que el hombre no puede existir ni actuar fuera del 'espacio antropológico', que está poblado por cosas inanimadas y también por sujetos animados, por animales... Las religiones primarias, por tanto, no se habrían constituido como consecuencia de una errónea visión o 'proyección' a los animales de la propia numinosidad, puesto que la fuente de la numinosidad misma manaría de, pongamos por caso, la mirada de la serpiente, o habría comenzado o resonado en el rugido del tigre. Si dirá, es cierto, que si los animales son númenes, también debieran serlo los hombres, puesto que son animales. Pero esta conclusión implicaría una sustantificación (o hipostatización) de los númenes sobre el fondo de la materia física, es decir, otra vez el dualismo. Puesto que los animales no son, por sí mismos, númenes, sino que lo son sólo ante el hombre, en tanto que ambos están co-determinándose inmersos en el mundo. Los animales son númenes ante el hombre no a título de ilusorio efecto subjetivo suyo, sino porque la relación real que mantiene con ellos es la que les confiere una posición, en el conjunto del universo, enteramente peculiar: los animales no son 'por sí mismos' númenes ante los hombres, sino que sólo lo son porque ambos están codeterminándose en un mundo físico común que los envuelve y que es cualquier cosa menos transparente. Y así como la corriente eléctrica se genera por una diferencia de potencial, así también, podríamos decir, la numinosidad se genera en la 'diferencia de potencial' entre los hombres que se constituyen en 'círculo' (en su banda, con su lenguaje) frente a los animales que quedan en un 'ángulo', fuera de su círculo. La constitución de los animales como númenes es estrictamente correlativa a la constitución de los animales como hombres. La 'diferencia de potencial' de la que hablamos se produciría en esta correlación; y entonces no tiene ya sentido hablar de proyección del hombre sobre el animal, puesto que es el animal mismo el que, envuelto en el mundo sin orillas, al comenzar mostrándose al hombre como numinoso contribuye decisivamente a conformar al hombre como tal.» {7} Ciertamente Annaud no percibe que la caza, y en este caso la caza radial como exterminio, ha sido una realidad esencial (terciogenérica en la Ontología Especial Materialista, M3) que ha codeterminado el propio espacio antropológico, sin la cual no habría sido posible el «creced y multiplicaos» inherente a las culturas civilizadas frente a las bárbaras. Dicho de otra forma, Estados Unidos y Canadá (por remitirnos a las ficticias localizaciones del film) existen como lo que hoy son porque tuvo lugar la caza y el casi exterminio de ciertas especies de animales en un tramo esencial, sustancial (no accidental), de su génesis y de su desarrollo histórico. Especies con las que competía el propio proceso de asentamiento humano (como ganadero y agricultor) y que fueron reducidas a «parques naturales» controlados y vigilados como el de Yellowstone. Por eso el diagnóstico etic que realizamos de esta película desde el Materialismo Filosófico comprende también que la ideología del ecologismo armonista va de la mano muchas veces, desde el punto de vista de su constitución y vivencia fenoménica emic, de la nostalgia de la barbarie que ya Bueno analizara y criticara en Etnología y Utopía{8}. Asimismo el ecologismo ingenuo de Annaud se hace más evidente aún en la medida en que los cazadores del relato fílmico lo son por oficio, no por deporte. Los dos hombres trabajan por y para lo mismo: por ejemplo ganarse la vida vendiendo las pieles, o cobrar las recompensas como alimañeros por acabar con animales tan peligrosos para quienes eventualmente vayan a colonizar esas montañas, (digamos que se trata de los finis operantis). Más desde los finis operis su trabajo contribuye a la expansión de la Civilización. Por eso su caza es radial y no angular, porque su objetivo es necesariamente matar y hacerlo con los mejores y más eficaces y seguros medios a su alcance a menos de dos décadas del final del siglo XIX. La característica esencial de la caza angular no es precisamente matar. De ahí la sentencia clásica, venare no est occidare, que se puede atribuir a este último tipo de caza. Sin embargo Annaud juega (tal vez sin saberlo) con la ambigüedad a través del perfil personal y profesional de los dos cazadores. Desde un punto de vista psicologista, que es el que adopta el director, el más viejo y experto parecería respetar los protocolos ceremoniales propios de quien practica la caza angular, al menos en los finis operis, llegando incluso a atribuir personalidad intencional al oso vengativo (¡juro que te mataré! le dice a voces). Confía en su experiencia, no subestima al oso y no sobrevalora al rifle. El cazador joven procede a la inversa cegado por su «instinto asesino» pues sólo piensa en matar, primando el aspecto técnico de su arma, aunque esa ceguera precisamente actúe como un impedimento que hace que se precipite y falle el disparo. Annaud reduce a un plano etológico-genérico la relación del oso perseguido con el cazador que solo busca su muerte. Aunque nos presenta una relación angular primorreliogiosa esta se construye también de forma psicologista (intencional) pues el cazador inexperto había operado hasta el momento desde la caza radial sin conceder en principio «personalidad» al oso. Esa proyección antropomórfica solo será posible en él después de la terrible experiencia como superación de su «maldad». Se nos está diciendo que el oso da una lección de «humanidad» al hombre desalmado, pues puede matarlo en justa venganza por su herida pero no lo hace. De ahí la ulterior «redención» del inexperto cazador, que sería como un nuevo «converso» a esa fe que proclama J. O. Curwood, previa proyección del «mito del buen salvaje» sobre el oso magnánimo (la referida nostalgia de la Barbarie). Más ciertamente aunque concedamos que el placer de dejar vivir es mayor que el de matar, lo cual no es del todo incompatible con las características esenciales de la caza deportiva como caza angular, lo real es que la caza radial (entendida aquí como caza por oficio) ha formado parte del propio proceso de gestación y desarrollo de naciones de historia tan reciente como Estados Unidos y Canadá {9}.
Notas{1} Gilles Deleuze, La imagen-movimiento. Estudios sobre cine. 1, Paidós, Barcelona, 3ª edición, 1994 (original 1983); La imagen-tiempo. Estudios sobre cine. 2, Paidós, Barcelona 1986 (original 1985). {2} Gustavo Bueno, Televisión: Apariencia y Verdad, Gedisa, Barcelona 2000, pág. 181: «El concepto de televisión material, tal como lo hemos presentado, tiene, sin duda, mucho de concepto genérico, si es que en la televisión material han de estar representadas todas las «contribuciones genéricas», y no por ello no necesariamente accidentales, que alimentan a la televisión: contribuciones de orden cinematográfico, literario, teatral, radiofónico, &c. Pero el concepto de televisión formal tiene mucho de concepto específico, resultante de la composición del género con las diferencias específicas que sea posible determinar. Lo que ocurre es que las diferencias específicas pueden tener muy diferente alcance, para que dejen de ser meramente taxonómicas. Nos encontramos, por ejemplo, ante situaciones de 'televisión material' cuando utilizamos el receptor de televisión para pasar una cinta de vídeo que tenemos conectada a su lado, en el aparato correspondiente; pero también nos encontramos en situación de televisión material cuando utilizamos el televisor para recibir la cinta de vídeo reenviada desde la emisora.» {3} Nosotros hemos comentado ya uno de estos filmes intentando reconstruir sus partes formales. Véase: «Las aventuras de Jeremiah Johnson: mucho más que un western», El Catoblepas, nº 8, pág. 20. Últimamente está aumentando la bibliografía que relaciona Cine y Filosofía. Existen diferentes enfoques de dicho binomio que estudian el cine como ilustración de ideas, corrientes o sistemas filosóficos. Así por ejemplo: Julio Cabrera, Cine: 100 años de filosofía. Una introducción a la filosofía a través del análisis de películas, Gedisa, Barcelona 1999; Christopher Falzon, La filosofía va al cine. Una introducción a la filosofía, Tecnos, Madrid 2005 (edición original, 2002). También la saga de los hermanos Andy y Larry Wachowski, The Matrix (1999), The Matrix Reloaded y The Matrix Revolutions (2003) está dando bastante que hablar y escribir. Véase en El Catoblepas, nº 1, pág. 7, el artículo de Marcos Morán, «Matrix, creerás los increíble». Existe asimismo una página web en español (y desde Gijón) sobre Matrix y la Filosofía, creada por la profesora Concepción Pérez García, que igualmente acaba de publicar el libro Matrix. Filosofía y cine, Ediciones Madú, Granda 2005. En Estados Unidos Matrix ya ha sido objeto de varios estudios filosóficos entre los que citamos los siguientes: Glenn Yeffeth (editor) y David Gerrold (introducción), Taking the Red Pill: Science, Philosophy and Religion in The Matrix ; William Irwin, The Matrix and Philosophy: Welcome to the Desert of the Real; William Irwin, More Matrix and Philosophy: Revolutions and Reloaded Decoded; Matt Lawrence, Like a Splinter in Your Mind: The Philosophy Behind the Matrix Trilogy ; Christopher Grau, Philosophers Explore The Matrix: Philosophy And The Matrix, &c. {4} Véase Gustavo Bueno, «¿Qué significa 'cine religioso'?, El Basilisco, nº 15 (2ª época), Oviedo 1993, págs. 15-28. También en Gustavo Bueno, «La virtualidad cinematográfica de la religión», en Pérez Álvarez (compilador), La superstición en la ciudad, Siglo XXI, Madrid 1993, págs. 223-258. Gustavo Bueno, «Sobre el concepto de 'espacio antropológico'», El Basilisco, nº 5, Oviedo 1978, págs. 57-69. También Bueno, El sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral, Pentalfa, Oviedo 1996 (lectura segunda: «Sobre el concepto de 'Espacio Antropológico', págs. 89-114); y El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión, 2ª edición (corregida y aumentada), Pentalfa, Oviedo 1996 (original 1985). Otra película interesante es El clan del oso cavernario (1986), dirigida por Michael Chapman y basada en la novela homónima ( The Clan of the Cave Bear) de Jean M. Auel. La joven protagonista Cro-Magnon que vive con una horda neandertal es interpretada por Daryl Hannah. {5} Gustavo Bueno, Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la Religión, Mondadori, Madrid 1989, págs. 442-443. {6} Gustavo Bueno, El animal divino. Ensayo de una filosofía materialista de la religión, 2ª edición (corregida y aumentada), Pentalfa, Oviedo 1996: «Escolio 14. Religiones y animismo. Respuesta a Gonzalo Puente Ojea», págs. 404-411 (pág. 410). {7} Gustavo Bueno, op. cit., págs. 410-411. Bueno: «La Etología como ciencia de la cultura», El Basilisco, nº 9 (Segunda Época), Oviedo 1991, págs. 3-37. Véase en El Catoblepas la polémica sobre la verdad de las religiones primarias. {8} Gustavo Bueno, Etnología y Utopía. Respuesta a la pregunta ¿Qué es la Etnología?, Júcar, Madrid 1987. (Primera edición en Azanca, Valencia 1971.) {9} Para la definición de caza radial y caza angular véase Alfonso Fernández Tresguerres, Los dioses olvidados. Caza, toros y filosofía de la religión, prólogo de Gustavo Bueno, Pentalfa, Oviedo 1993, págs. 49-63. A pesar de los errores de diagnóstico que hayamos podido cometer en el análisis de la película El Oso queremos resaltar que la distinción entre caza radial y caza angular, introducida desde el Materialismo Filosófico por A. F. Tresguerres, es de una gran fertilidad para estudiar diferentes contextos históricos. |
Publicado el 20 de Abril, 2006, 5:39
1. Concepciones generales de la filosofía La filosofía tiene dos rasgos que la diferencian de otros saberes o conocimientos. En primer lugar, es un saber de segundo orden, frente a la mayor parte de las materias o disciplinas, que son saberes de primer orden, o sea, que se refieren directamente a su objeto de conocimiento. La filosofía, en cambio, tiene una referencia mediata, por lo que no es fácil delimitar su campo de estudio. En segundo lugar, además de saber de segundo orden, es también un saber problemático, que siempre se está preguntando por sus fundamentos, un saber que se busca a sí mismo ("zetumene episteme"). Estos dos rasgos dificultan notablemente cualquier intento de definición. Más bien habría que decir que tal definición, en sentido estricto, es imposible. Pues, ¿qué es definir sino limitar, poner límites? Cualquier intento de definición *y los ha habido en la historia* termina inevitablemente en una reducción. Esta imposibilidad no debe hacernos caer en el agnosticismo, aunque sea un agnosticismo por sobreabundancia, derivado de la variedad de filosofías que existen o han existido. Para aclararnos podemos adoptar un criterio más formal y fijarnos, no tanto en los contenidos, que pueden ser muy diversos, como en la forma de hacer filosofía. A esto llamo "concepciones generales de la filosofía". Siguiendo ese criterio podemos distinguir tres concepciones generales: la concepción dogmática, la concepción histórica y la concepción crítica. En la concepción dogmática la filosofía se presenta como un cuerpo doctrinal cerrado y definitivo, que no parte de un análisis de la realidad presente, sino que se impone a ella. Filosofía dogmática es el aristotelismo tomista, pero también cierto neoplatonismo, el neokantismo o el marxismo soviético. La concepción histórica toma como filosofía su propio desarrollo histórico, identifica lo que la filosofía es con lo que ha sido, siendo esto último el conjunto de las reflexiones que han hecho los filósofos, más o menos ordenadas cronológicamente. Esta concepción es una respuesta a la crisis de la concepción dogmática. Evita formular una cosmovisión única y cerrada manteniendo, sin embargo, un cuerpo indiscutible de conocimientos: las distintas teorías y sistemas que se han sucedido a través de la historia. No hay que confundir la concepción histórica con una simple historia de la filosofía. La concepción histórica es, en todo punto, filosofía, ya se la entienda en un sentido creativo *como el desvelamiento paulatino de las cuestiones filosóficas (el ser, el espíritu, la razón, etc.)*, en un sentido pragmático *como el conjunto de los diversos planteamientos posibles o el sistema de las posibles mentalidades (platónica, aristotélica, racionalista, empirista, positivista, etc.)*, en un sentido "perenne" *como la expresión de las constantes del pensamiento humano* o en un sentido progresivo, de avance *como profundización en el planteamiento de los problemas y en las respuestas dadas a ellos*. La concepción crítica se diferencia de las dos anteriores por su relación con el tiempo presente. Las concepciones dogmáticas e históricas están separadas *aunque no necesariamente alejadas* de la realidad, no parten de los problemas reales. La filosofía dogmática ofrece respuestas sin que previamente se hayan formulado las preguntas; la filosofía histórica analiza las múltiples respuestas elaboradas por los filósofos en función de la diversa problemática de cada momento, pero sin establecer una relación directa con el presente. A lo más que llega la filosofía histórica es a establecer un nexo, una conexión entre los diversos planteamientos que se han dado. Son, como algún filósofo ha dicho, filosofías "exentas", frente a la filosofía crítica, que es una filosofía "inmersa". Son también filosofías que se ofrecen como un saber de primer orden (la filosofía dogmática) o permiten que se les pueda interpretar así (la filosofía histórica). La concepción crítica tiene dos vertientes y da origen a dos formas de hacer filosofía: la filosofía crítica "adjetiva" y la filosofía crítica "sustantiva". La primera considera que no se puede filosofar sin un análisis profundo de los saberes de primer orden, sean éstos saberes formales (matemáticas, lógica, etc.), experimentales (física, biología, etc.) o los llamados confusamente "ciencias humanas" (psicología, sociología, etc.). La segunda va más allá. Tiene un punto partida más amplio: parte no sólo de los problemas que plantean las ciencias sino también de los problemas planteados por la praxis, que son de índole moral y política principalmente. Y no se queda sólo en el análisis de los problemas, sino que trata de formular respuestas, aunque siempre en discusión con otras posibles, tratando de demostrar su invalidez.
2. Concepciones de la enseñanza de la filosofía La consecuencia pedagógica más destacada del auge de la historia de la filosofía en la enseñanza, es la hegemonía del comentario de textos como procedimiento o destreza, y la conversión del profesor en un hermeneuta, que ha de aclarar los posibles significados de dichos textos. La concepción crítico-adjetiva de la filosofía toma siempre como punto de partida la reflexión sobre algunas de las ciencias existentes. Según sea la ciencia que se tome, así será la filosofía que realice. En nuestro panorama cultural, influido todavía por un positivismo trasnochado, se suele distinguir entre ciencias experimentales y ciencias humanas. La elección de uno u otro conjunto de ciencias determinará el perfil del profesor. Esta concepción ha tenido *y tiene de forma residual* una gran vigencia en la filosofía del antiguo 3º de B.U.P. (todavía es pronto para determinar su importancia en la filosofía de 1º de bachillerato). Hay profesores "humanistas", que entienden la filosofía como una reflexión psico-sociológica con algunas migajas de metafísica. En contraposición, hay profesores "cientifistas" que, ante la imposibilidad de escoger una ciencia experimental, empiezan con la lógica y terminan con una teoría de la ciencia y el conocimiento. Los resultados de esta concepción han sido, sin embargo, un tanto frustrantes en la enseñanza secundaria. Tras haber hecho un curso de introducción a la filosofía, los alumnos no eran capaces de sacar una idea clara de la materia. Podían explicar en qué consistía la caja de Skinner, determinar el tipo psicológico de una persona, hacer un sociograma o realizar largas y complicadas deducciones lógicas, pero desconocían qué era eso de la filosofía. ¿A qué se debe este fracaso? A que el alumno de secundaria no es capaz de superar la inmediatez de la ciencia, se queda en el dato o en el procedimiento. Los objetivos de una filosofía crítico-adjetiva son inalcanzables en la enseñanza secundaria y probablemente en la universitaria. Son más propios de una enseñanza de postgrado. El fracaso de la filosofía crítico-adjetiva lleva a la aparición de un nuevo dogmatismo, el dogmatismo cientifista, que, no por indeseado, es menos real. Al final el alumno concluye que sólo tiene valor lo que dicen o hacen las ciencias. El profesor de filosofía termina haciendo dejación de su función crítica y se convierte en un repetidor de disciplinas en las que no es competente. La concepción crítico-sustantiva sortea la dificultad que supone el análisis previo de una ciencia determinada y se enfrenta directamente con las grandes cuestiones filosóficas. Los problemas filosóficos no surgen sólo de la práctica científica sino de la misma vida humana, que es social y política. Los problemas filosóficos son cognitivos y práxicos al mismo tiempo. La enseñanza de la filosofía se concibe como un planteamiento ordenado de problemas, en diálogo con las ciencias y con lo que otros filósofos han reflexionado antes. Las aportaciones de las ciencias y de la historia de la filosofía son sólo recursos didácticos a los que hay que acudir, ya sea para plantear más rigurosamente un problema, ya para discutir las posibles respuestas. El perfil del profesor en esta concepción se corresponde con el de un coordinador o estimulador del diálogo y el debate entre los alumnos. No es el profesor el que dialoga o el que debate sino los alumnos, pues son éstos los que tienen que hacer el esfuerzo dialéctico de fundamentar sus propias respuestas, "triturando", invalidando las otras hipótesis alternativas.
Extraído del Informe sobre la situación de la filosofía en la enseñanza secundaria, Antonio de Lara Pérez.
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Publicado el 29 de Marzo, 2006, 17:27
LA ENSEÑANZA DE LA FILOSOFÍA * Javier de la Higuera** Hablar o discutir acerca de "Aplicaciones didácticas" no es fácil, sobre todo cuando no es evidente si la cuestión de cómo enseñar filosofía es o no una pregunta filosófica genuina. Creo que tradicionalmente la diferencia entre saber algo y enseñarlo se ha venido planteando de este modo: una vez que nos hemos apropiado del saber, estamos en disposición de mostrarlo a otros, de cederlo, e incluso de venderlo. Todos sabemos lo importante que es el marketing en el ámbito comercial pero, en filosofía, hasta ahora no ha parecido necesario o no ha estado bien visto: la esencia de la actividad filosófica ha sido puesta en un logos originario cuya pureza no podía ser contaminada por las vicisitudes histórico-políticas. De ahí la idea de que cabe una "aplicación didáctica" de la filosofía que, por un lado, no afectaría retroactivamente a lo propio y específicamente filosófico y que, por otro lado, plantearía dificultades meramente técnicas que podrían ser resueltas sin problema por la misma filosofía. El discurso filosófico tradicionalmente ha excluido la cuestión de la institución filosófica, de modo que, desde ese discurso —dice Derrida— "los muros de la escuela son tan exteriores al acto de filosofar como la edición, la prensa, los media." (Du droit à la philosophie, París, Galilée, 1990, p. 43). Como ejemplo de un cuestionamiento quizás extremo de la distinción anterior entre filosofía y enseñanza, citaré las palabras de Rorty: "'filosofía' es precisamente lo que hacemos nosotros, los profesores de filosofía" (Consecuencias del pragmatismo, Madrid, Tecnos, 1996, p. 308). No sé si esto resuelve de alguna manera nuestro problema de cómo enseñar filosofía, pero me permite expresar la esperanza de que en la cuestión de las aplicaciones didácticas se encierren algunos problemas filosóficos dignos de ser pensados. Pero partamos de la realidad y presentemos brevemente el marco legal de la asignatura de Filosofía de 1º de Bachillerato. El Decreto que establece las enseñanzas correspondientes al Bachillerato (en Andalucía, el Decreto 126/1994, de 7 de junio, BOJA 26 de julio de 1994, casi idéntico al correspondiente del M.E.C.) diseña esta asignatura haciendo en primer lugar una somera caracterización de la filosofía en general como reflexión radical y crítica sobre los problemas del ser humano, con vistas a la orientación e integración de su experiencia en una época determinada. En segundo lugar y, en coherencia con lo anterior, el texto legal presenta como objetivo "de la presencia de la filosofía en el Bachillerato", "la promoción de la actitud reflexiva y crítica" (p. 8753) y, como objetivos de la enseñanza de la filosofía, que los alumnos esclarezcan las ideas subyacentes a su forma de pensar y actuar, que integren la diversidad de conocimientos y valores que poseen, que aprendan a argumentar racionalmente, así como que desarrollen un pensamiento autónomo y crítico y una actitud abierta. El texto legal, en tercer lugar, deduce de esa caracterización de la filosofía y de los objetivos de su docencia en el Bachillerato, los principios de carácter metodológico o didáctico que deben animar su enseñanza: no "promover la reflexión abstracta sobre problemas eternos", sino plantearse los problemas de nuestra época; siguiendo la afirmación kantiana (o cierta interpretación de ella), no promover el aprendizaje de la filosofía, sino el del filosofar, es decir, la recreación de la actividad filosófica; atender a la especificidad de los temas y problemas filosóficos, mediando las cuestiones actuales con los discursos filosóficos del pasado. A mi juicio, esta definición del marco legal suscita algunos problemas que profesores y/o filósofos haríamos bien en plantear. Me voy a ocupar de los referentes a qué enseñar y para qué. 1. Qué enseñar: el problema de los contenidos de la asignatura de Filosofía A propósito de los contenidos que han de ser enseñados en esta asignatura se presentan tres ámbitos de problemas que conciernen: 1.1. a la relación de la filosofía y de la historia de la filosofía; 1.2. a la relación de la filosofía con la filosofía popular; 1.3. a la relación de la filosofía con otros saberes: 1.1. Filosofía e historia de la filosofía En primer lugar, la diferencia entre la filosofía y su historia parece obligarnos a los profesores a buscar una definición de lo filosófico y de la filosofía como condición para establecer los contenidos de la asignatura. Algunos de los libros de texto que circulan en el mercado incluyen, en este sentido, una unidad didáctica introductoria titulada "¿Qué es filosofía?" o "El saber filosófico". Reconozco que hay que empezar por algún sitio y que es muy difícil dejar sin ninguna respuesta la impaciente (y por cierto filosófica) pregunta de los alumnos "¿de qué va la filosofía?", pero creo que al ceder aquí podemos caer en lo que yo llamaría la tentación metafilosófica: convertir el curso de Filosofía de 1º en una especie de autofundamentación de la filosofía, intento de responder a una única pregunta por la esencia de la filosofía amparándonos en esa soberanía que parece caracterizarla tradicionalmente, por la cual la filosofía puede tomarse reflexivamente como su propio objeto y enjuiciarse a sí misma. Sin duda, reflexionar sobre el estatus, la legitimidad y el lugar de la filosofía es importante y urgente pero temo que con ello aburramos más de lo necesario a los alumnos. La diferencia entre la filosofía de 1º de Bachillerato, igual que antes la de 3º de B.U.P., y la de 2º, antes la de C.O.U., reposa en la distinción entre lo sistemático y lo histórico. Pero saber que el tema de esta asignatura no es la historia de la filosofía no sé si ayuda mucho. Lo cierto es que la filosofía escolar no deja de imaginar, como ha señalado Châtelet (él la llama "Philosophie Scolaire et Universitaire", P.S.U.), el caso límite en que sería posible construir un curso de filosofía sin referencia a filósofo alguno. [1] Sería el curso de pura filosofía sistemática. Temo que construir ese curso es más que difícil y tenerlo como nuestro ideal, algo más que discutible. Husserl se lamentaba en 1911 de la ausencia de un sistema de verdades filosóficas y, según creo, el panorama no ha variado mucho desde entonces. Sus palabras se podrían aplicar a la actualidad: "No es que disponga [la filosofía] de un sistema de doctrina imperfecto, incompleto en los detalles, sino que sencillamente no dispone de ninguno. En ella absolutamente todo es discutible; cada actitud es cuestión de convicción personal, de interpretación de escuela, de 'punto de vista'." (La filosofía como ciencia estricta, Buenos Aires, Nova, 1981, p. 45). La ausencia de este sistema es precisamente lo que está detrás de la afirmación kantiana ya tan familiar de que "no se aprende filosofía, sino que se aprende a filosofar", frase que el texto legal invoca como "norma para la docencia" pero cuya verdad simple no deja de plantear algunas cuestiones que me gustaría comentar brevemente. Kant distingue desde el punto de vista subjetivo entre un conocimiento histórico y otro racional. Pues bien, el conocimiento de un sistema concreto de filosofía, por muy exacto que sea, es sólo un conocimiento histórico que se deriva de datos, no de principios, una reproducción pero no una auténtica producción racional (aunque objetivamente sea racional). Es el caso habitual del aprendizaje memorístico que en mayor o menor medida todos hemos practicado y que pretendemos que nuestros alumnos superen. Pero es, precisamente, según Kant, el único conocimiento que cabe de la filosofía, un conocimiento no filosófico sino histórico y, la historia de la filosofía, la materia propiamente escolar. ¡Si en esto fuéramos kantianos convencidos, nuestra asignatura lo tendría difícil! La afirmación kantiana quiere decir, pues, que se puede aprender un acto pero no un contenido filosófico. La filosofía, afirma Kant, es "el sistema de todo conocimiento filosófico" (K.r.V., A838; B866, ed. esp., Ed. Alfaguara, p. 650), "la mera idea de una ciencia posible que no está dada en concreto en ningún lugar, pero a la que trata de aproximarse por diversos caminos..." (loc. cit.). Si no puede aprenderse la filosofía es justamente porque falta y, en su ausencia, no cabe aprender más que a filosofar, sólo cabe aprender a filosofar, es decir, "a ejercitar el talento de la razón siguiendo sus principios generales en ciertos ensayos existentes..." (loc. cit.). Derrida ha señalado la tensión (double-bind) que se encierra en la afirmación kantiana: "La filosofía se sustrae a la enseñanza, mientras que el filosofar la requiere, requiere interminable y solamente la enseñanza. La esencia de la filosofía excluye la enseñanza, la esencia del filosofar la exige." (Du droit à la philosophie, ed. cit., p. 368). Nuestro problema es cómo responder a esa exigencia de enseñar a filosofar y en qué contenidos hemos de hacer reposar esa enseñanza. Creo que cabe distinguir dos respuestas posibles: [2] a) seguir defendiendo la primordialidad de los contenidos y de la filosofía como saber, aunque a costa, paradójicamente, de convertirlos en contenidos pre-filosóficos de nuestra asignatura cuyo aprendizaje es mecánico (es la opción ejemplarmente representada por Hegel); b) defender que los contenidos son sólo medios y no fin del aprendizaje, que debe serlo de una actividad o de una actitud, aunque ello implique renunciar en cierto modo a la idea de la filosofía como forma de saber (es la opción de los llamados "métodos activos", de la filosofía para niños y también de la teoría de la simulación). Veamos cómo se plantea cada una de estas opciones: a) Hegel se enfrenta a la idea pedagógica (a la que dedica bonitos calificativos: "obsesión moderna", "desdichado prurito") de educar con vistas a pensar por sí mismo, idea que según él sólo conduce al vacío y a la impotencia intelectuales, a lo arbitrario y a lo fantástico. En filosofía, esa idea se ha convertido en la pretensión, afirma, de "aprender a filosofar sin contenido", lo cual significa que"se debe viajar y siempre viajar, sin llegar a conocer las ciudades, los ríos, los países, los hombres..." (Escritos pedagógicos, Madrid, F.C.E., 1991, p. 139). Para Hegel, la filosofía es una ciencia ya existente, un bien que el profesor posee y que puede ser transmitido y, por tanto, aprendido. Es necesario, pues, comenzar por un contenido. En el nivel de la enseñanza secundaria, incluso, puede ser un contenido registrado memorísticamente, no pensado aún, pero con el que los alumnos se familiarizan y que preparará el pensamiento propiamente filosófico, es decir, la filosofía especulativa. Ese contenido viene dado por las humanidades ("el estudio de los Antiguos", dice Hegel) y sobre todo por la religión, no meramente en su dimensión histórico-institucional, sino en su contenido dogmático verdadero. Sólo que ese contenido ya presente en la enseñanza secundaria únicamente va a adquirir forma especulativa en la Universidad, por lo que la filosofía queda realmente excluida como tal, en su "esencia peculiar", de los Institutos: "La esencia peculiar de la filosofía debería consistir en que aquel contenido sólido alcanzara forma especulativa. Pero el mostrar que la exposición de la filosofía haya de ser excluida, no obstante, de la enseñanza del Gimnasio y ser reservada para la Universidad es una tarea de la que estoy dispensado...". [3] b) Frente a esta exclusión de la filosofía resultante de su fijación extrema en los contenidos conceptuales, la filosofía para niños, desarrollada por M. Lipman, y, aquí en España, el método activo de Domínguez Reboiras y Orio de Miguel, y, en menor medida, la idea de la clase de filosofía como simulación de la actividad filosófica, de I. Izuzquiza, propugnan una subordinación o instrumentalización de los contenidos conceptuales y conceden la prioridad a los métodos o a los procedimientos (aunque no olvidemos que hay que entenderlos como otra especie de contenidos, junto con los conceptuales y actitudinales), de modo que la propia especificidad de la filosofía vendría establecida no por su tema u objeto, sino por su actividad y metodología: [4] La filosofía para niños, que surge en EE.UU. a finales de los años sesenta, se inspira en el ideal kantiano del pensamiento autónomo como condición para alcanzar una sociedad más libre. La concepción de la educación que subyace a ese proyecto es la de que el aprendizaje no consiste sólo en transmitir unos contenidos de conocimiento de los adultos a los jóvenes, sino la generación de actividades de pensamiento en las que los alumnos aprenden a pensar por ellos mismos. De modo que el proceso educativo ha de ser entendido como un proceso de investigación y la clase de filosofía configurada como una "comunidad de investigación". [5] Las asignaturas no serían, entonces, materias ajenas que hay que aprender, sino como lenguajes en los que hay que aprender a pensar. Porque, según Lipman, no es lo mismo pensar sobre una materia que pensar en una materia. Esta concepción del aprendizaje y de las materias académicas pone en un lugar privilegiado del currículum a la materia de filosofía, así como permite su extensión a la enseñanza primaria. La cuestión que se nos plantea es si la especificidad de la filosofía es respetada en este programa: pensar, no sobre la filosofía, sino en filosofía, ¿es realmente aprender filosofía? La filosofía para niños tiene como condición necesaria la realización de una labor de traducción que pasa, como reconoce Lipman, por abandonar el vocabulario técnico de la filosofía y sustituirlo por el lenguaje ordinario, por renunciar a mencionar a los filósofos y, en último término, lo que con seguridad causaría el escándalo de Hegel, por sustituir el texto filosófico por la "novela filosófica" (op. cit., p. 24), es decir, por una obra de ficción original en la que realmente no se habla de filosofía. Esto no significa que no reconozcamos el valor que tienen estas obras: El descubrimiento de Harry, Lisa, etc., de las que hay un repertorio nutrido representativo de temáticas filosóficas diversas y dirigido a todo el arco de la enseñanza primaria y secundaria. I. Izuzquiza, en su propuesta de una clase de filosofía como simulación de la actividad filosófica, [6] ha sido sensible a la necesidad de que los alumnos y alumnas tengan conocimiento de informaciones técnicas y especializadas de filosofía, y del peligro de que, en caso contrario, la clase de filosofía se convierta en "una charla de café" sobre temas de actualidad. Desde su reivindicación de una unidad y especificidad del discurso filosófico, la idea de niveles de filosofía, para niños, para adolescentes, para universitarios, es vista como inaceptable. Pero comparte con el proyecto de Lipman el rechazo del modelo de la clase de filosofía como transmisión de unos contenidos estructurados previamente. Su propuesta implica una "transformación metodológica" en la forma de tratar la información técnica: considerar los contenidos informativos como "herramientas" o "instrumentos" conceptuales con los que el alumno puede trabajar en el momento adecuado, "desverbalizar" la clase de filosofía, dando más importancia al trabajo del alumno que a la lección del profesor (La clase de filosofía..., pp. 94-5). Izuzquiza entiende la clase de filosofía como un "laboratorio conceptual" en el que se llevan a cabo experimentos conceptuales. Es el diseño de estos experimentos lo que determina la programación de contenidos de la asignatura. Son experimentos de simulación gnoseológica, es decir de "imitación no mecánica" del comportamiento conceptual de los filósofos, tal como éste se ha dado en la historia de la filosofía (op. cit., p. 31). La introducción a la filosofía se articularía, de este modo, con la historia de la filosofía en la medida en que el objeto de la simulación que se practica en aquella lo proporcionaría ésta en forma de grandes modelos de comportamiento filosofófico-conceptual. Ahora bien, de la historia de la filosofía no interesa el qué sino el cómo: la historia de la filosofía sería materia de un enfoque "genético", es decir, se trata de saber cómo han llegado los autores a sus construcciones teóricas, a través de qué operaciones conceptuales, pero no interesa su producción en tanto que filosófica. Izuzquiza mismo reconoce que no hay por qué limitarse a autores filosóficos y que esas operaciones conceptuales se pueden hallar en otras manifestaciones del pensamiento humano. La propuesta parece interesante pero el problema para nosotros es si, de este modo, no se reduce la historia de la filosofía a una historia general de las operaciones conceptuales y si no se disuelve la filosofía en psicología. Por otra parte, la simulación tiene la finalidad de producir una creación y, en definitiva, de permitir que el alumno se comporte como un filósofo, siendo capaz de producir su propio discurso filosófico oralmente y por escrito. Ahora bien, la simulación sólo es posible en una clase de filosofía que, según Izuzquiza, ha de funcionar como un sujeto colectivo ("sujeto de sujetos": p. 78) que crea un discurso filosófico. En este contexto, la dinámica de grupos y la retórica adquieren una importancia especial. [7] Pero ¿cómo articular la reflexión individual con la colectiva, el pensar por sí mismo y el pensar con los demás? ¿Llega realmente a convertirse en actividad filosófica esa simulación colectiva? ¿Responde a una realidad o es un constructo meramente artificial? Por último, el método activo propuesto por Domínguez Reboiras y Orio de Miguel, partiendo de una concepción del aprendizaje como experiencia vital, entiende la clase de filosofía, no como laboratorio donde se simula artificialmente una realidad, sino como un medio "auténticamente real". Este "medio crítico", como lo denominan, es una situación compleja que integra al individuo en su complejidad no sólo racional sino también afectiva. Desde aquí se percibe la mayor limitación quizás de la teoría de la simulación gnoseológica: en ella se trataba de una actividad de carácter conceptual, dejando al margen o en un segundo plano los elementos actitudinales. Y si aprender a filosofar lleva consigo aprender una actividad, puede que ésta sea más bien la propia de una actitud o ethos, no la de una operación intelectual. El método activo lleva hasta el extremo la instrumentalización de los contenidos y la disolución de la filosofía como un saber previamente constituido al considerar sólo como contenidos válidos aquellos que surgen en el contexto vital de la clase, dado que éste constituye la realidad auténtica: "...los únicos contenidos válidos son los que nacen de la situación real compleja en la que se encuentra el individuo. Los otros, el saber terminado, definido, el de los libros, serán válidos en la medida en que esclarezcan la situación compleja real, porque el único objeto de conocimiento válido es el que se construye sobre la vida real.". [8] 1.2. Filosofía y filosofía popular La segunda relación de la que quería hablar es la de filosofía y filosofía popular. La determinación de los contenidos de la asignatura de filosofía en el Bachillerato plantea el problema de si cabe popularizar la filosofía, traducirla o hacerla asequible a personas sin conocimientos filosóficos y de qué manera. Es, de nuevo, un problema que Kant plantea en la Metafísica de las costumbres y que resuelve fijando un límite para esa popularización: no debe realizarse si implica deformar o ignorar las distinciones fundamentales del pensamiento, las que conciernen a los principios de la razón, como la distinción entre sensible e inteligible. [9] En un principio estaríamos tentados a entender que los contenidos de nuestra asignatura no son tan puramente filosóficos como aquellos que, por ejemplo, se enseñan en la Universidad y que constituyen la identidad disciplinar de la filosofía. En parte es cierto que no conseguiremos nuestros objetivos si pretendemos introducir literalmente a los alumnos en unos contenidos específicamente filosóficos que están al margen de sus intereses vitales. Sabemos que una de las condiciones para que se produzca un aprendizaje significativo es encontrar una utilidad y un sentido vital a lo que se aprende. [10] Esto hace imprescindible, tal como señalan los especialistas en didáctica de la filosofía, la tarea de traducción en la que se trataría de establecer el puente entre los conceptos y estructuras previas de los alumnos y las estructuras conceptuales de lo que hay que aprender. La necesaria popularización de la filosofía implica, pues, abandonar el modelo genuinamente filosófico de la conversión, que pretendería que el alumno debe pasar de un golpe de la opinión común al puro espíritu filosófico. Claro que también esa traducción es necesaria en el aula universitaria en la medida en que allí también es conveniente que se produzcan aprendizajes significativos (y éstos no se aseguran por un mayor desarrollo cognitivo de los alumnos universitarios). Ahora bien, es cierto que los contenidos que han de ser aprendidos en la Universidad poseen en principio el carácter de conocimientos valiosos en sí mismos (al menos, aprender filosofía en parte es aprender a creer en esa idea), valor del cual carecen para nuestros alumnos y también para el propio sistema educativo (aunque no quizás tanto para nosotros, para quienes esa creencia es, posiblemente, una condición de nuestra práctica docente): en nuestro caso, la enseñanza de la filosofía tiene un valor instrumental, que es la promoción de ciertas actitudes y la formación de las personas en ciertos valores educativos: paradójicamente, la finalidad esencial de la enseñanza de la filosofía en secundaria no es aprender filosofía. Por ese motivo, la necesaria traducción de los contenidos creo que no tiene sólo una vertiente cognitiva, sino una vertiente institucional esencial que forma como su suelo posibilitador: traducir los contenidos es realmente adaptarlos a esa finalidad formativa, más aún, configurarlos en función de ella, de tal modo que el referente original para esa traducción, lo que tenemos que traducir, no son simplemente los contenidos previamente constituidos que hemos aprendido en la Universidad o que corresponden a las disciplinas universitarias, sino los posibilitados por el lugar y la definición institucional de la filosofía. Se trata de un verdadero a priori institucional de la traducción y de los contenidos filosóficos, que opera en nuestra práctica y del que creo que deberíamos hacernos cargo. ¿Qué quiere decir uno de nuestros alumnos cuando afirma por ejemplo "no entiendo el imperativo categórico kantiano"? Creo que en muchos casos (dejando aparte los casos menos relevantes de incomprensión) significa "no encuentro sentido a tener que esforzarme en comprender esto" o "no entiendo cómo se aplica esto a mi vida". Y esa postura, desde el punto de vista de ese a priori institucional del que hablaba, no es impertinente, ya que es posibilitada por él mismo en la medida en que se trata de perseguir la finalidad educativa de los aprendizajes. Traducir esa doctrina kantiana sería formularla en términos de la funcionalidad extrateórica requerida, buscar su utilidad más que su verdad. Por otra parte, la filosofía académica universitaria, que está tan sometida a un a priori institucional como la de secundaria, daría lugar a una respuesta diferente a la misma pregunta: para un estudiante de licenciatura de filosofía podría significar "cómo contribuye esa doctrina a la constitución de una verdad filosófica a la luz de la cual pueda juzgarse cualquier doctrina", o "qué posición ocupo yo en ese esquema de autorreferencialidad (dejo al margen el análisis de la complejidad de la estructura institucional universitaria). En este tema de la traducción, a mi juicio la línea divisoria no pasa entre filosofía universitaria/filosofía para adolescentes, sino entre filosofía/disciplina filosófica o filosofía/institución filosófica. Enseñar filosofía, sea al nivel académico que sea, implica siempre una labor de traducción que no se reduce a la modificación de unos contenidos preestablecidos, sino que los constituye propiamente. Todo contenido filosófico académico es traducción de otras traducciones y está mediado por las instituciones. Pero la imagen que la filosofía académica se ha hecho tradicionalmente de sí misma no es precisamente esa. Antes me refería a cómo el discurso filosófico tradicional, de Platón a Kant, ha excluido a las instituciones filosóficas a la exterioridad: "¡La filosofía —diría ese discurso tradicional, y cito a Derrida— es más y otra cosa que sus 'soportes', sus 'aparatos'. E incluso que su lengua! El que quiera filosofar puede hacerlo inmediata y directamente." (op. cit, p. 43). Según el pensador francés, el supuesto filosófico de tal discurso tradicional es un concepto tecno-semiótico, puramente convencionalista e instrumental de la lengua, según el cual se puede separar en ella lo originario y lo técnico, lo natural y lo institucional. Toda enseñanza de la filosofía se entendería en el fondo como la supuesta traducción de ese logos originario. Eso la condena, además de a la exterioridad, a estar perpetuamente en falta, a mostrar la ausencia de ese plus de significado que por definición se le escapa. Dicho así, esto parece muy alejado de nuestra práctica docente cotidiana. Pero cuando nos planteamos en nuestros cursos la necesidad de traducir ciertas doctrinas o conceptos filosóficos, ¿disponemos realmente de otra idea de la traducción o, por el contrario, estamos suponiendo esa "teología de la traducción", por decirlo con las palabras que Derrida aplica a Schelling? ¿No estamos suponiendo que hay un referente ideal, irreductible a la situación institucional en que nos encontramos, que gobierna lo que en ella vale como digno de ser aprendido y que encierra siempre ese plus de significado que hace que la comprensión sea por definición deficitaria? Si hemos de hacernos cargo de la dimensión institucional de la filosofía y del lenguaje filosófico es también para reconocer que en su realidad más propia entran factores como la demanda socio-política a que responde o como los cauces mercantiles en los que también circula. La traducción que es necesaria no tiene por qué implicar, y empleo el famoso título de Rorty, "la prioridad de la democracia sobre la filosofía", ni el imperio del mercado, con el consiguiente olvido de los referentes científicos de la disciplina. Pero aquellos factores no se pueden excluir simplemente del ámbito filosófico. La moda filosófica que recorre actualmente Europa y EE. UU. responde a una democratización de la filosofía pero también a su conversión en objeto de consumo. El éxito de obras como El mundo de Sofía o, aquí en España, Ética para Amador, etc., es un fenómeno social que habría que analizar despacio y pensar si afecta o no a la esencia de lo filosófico. En esta popularización de la filosofía se encierra una demanda social y puede que también una exigencia de la propia filosofía (¿habría que decir "propia filosofía"?) de encontrar su nuevo sitio en una sociedad nueva. Yo creo que no es el mismo perro con distinto collar, sino que si el collar ha cambiado y la filosofía ha empezado a desplazarse desde las aulas universitarias a los expositores de los grandes almacenes e incluso a los despachos profesionales, eso también afecta a lo que sea la filosofía. Nuestras aulas no están al margen de lo que ocurre en la calle. Y no pretendo decir que en ellas se trata de vender un sucedáneo comercial de la filosofía pero sí de que hemos de vérnoslas también con él. Quizás no hemos de usar como libro de texto el reciente libro de uno de los consejeros filosóficos americanos más reputados, Lou Marinoff, cuyo elocuente título, Más Platón y menos prozac, sugiere el giro práctico que la filosofía puede tomar como respuesta a las demandas personales y sociales de solución de problemas concretos. Puede que esta traducción extrema de la filosofía para solucionar los problemas cotidianos sea la perversión suma del espíritu filosófico y del filosofar. [11] Sea o no el caso, creo que no debemos despreciar la oportunidad que con ello se nos ofrece de plantearnos cuestiones que tienen que ver con el sentido de lo que hacemos como profesores de filosofía, con lo que se espera de nosotros y con los límites de nuestro compromiso filosófico. 1.3. Filosofía y otros saberes La forma de entender la relación entre la filosofía y otros saberes es fundamental a la hora de determinar los contenidos de esta asignatura de 1º de Bachillerato, tanto en lo que respecta a saberes no filosóficos que han de ser tratados como parte de su currículum (antropología, psicología, sociología, etc.), como a la relación entre ésta y otras asignaturas. Como se sabe, el programa, centrado en los cuatro núcleos temáticos "el ser humano", "el conocimiento", "la acción humana", "la sociedad", establece como lugar teórico de la asignatura un espacio también ocupado por las ciencias humanas. ¿Debe limitarse nuestra asignatura a recoger y reunir sus diversas aportaciones sobre los temas propuestos y resignarse a perder su especificidad filosófica? Y si no es así, ¿cuál es la relación que debe mantener con ellas y en qué reside esta especificidad? Si bien hay que hacer frente al peligro, denunciado desde diversos lugares, de una disolución de la filosofía en las ciencias humanas, habría que evitar también pretender para la filosofía una posición de autoridad fundamental o trascendental con respecto a ellas. La filosofía se ha caracterizado tradicionalmente por querer establecer desde el exterior las leyes y los derechos de otras esferas de la cultura, desempeñar el papel de árbitro o de juez imponiendo por encima de los adversarios un orden que los reconcilie. Ejemplarmente se podía aludir a la tesis kantiana en El conflicto de las facultades. [12] Esa posición de autoridad que permitía a la filosofía juzgar universalmente, es decir, saber de todo y del todo, se ejerce paradójicamente desde un no-saber de nada concreto. Con las palabras de Derrida:"Una incompetencia esencial y reivindicada, un no-saber estructural construye el concepto de filosofía como metafísica o como ciencia de la ciencia." (op. cit., p. 101). Las consecuencias socio-institucionales de esa incompetencia son visibles actualmente en la relegación académica de la filosofía. La "tradición filosófico-pedagógica", como la llama este autor, se caracteriza por esta paradójica potencia concedida a la filosofía, a la vez impotente: el principio jerárquico vertical que permite a la filosofía dirigir y organizar todo el espacio del saber, es invertido en cuanto al poder, dejando a la filosofía en la más absoluta ineficacia socio-política, es decir, fuera del claustro académico. Incluso la frecuente reivindicación para la filosofía del estatus de saber o reflexión de segundo grado, montada sobre la distinción entre lo fáctico y lo conceptual, y la correspondiente entre disciplinas de primer orden y de segundo (desmontada, como se sabe, por Quine), corre el riesgo de justificar la misma impotencia de la filosofía frente a la realidad actual. Por ese motivo, si en nuestra asignatura se plantea el problema de la relación de la filosofía con otros saberes, tenemos la ocasión de cuestionar ese modelo jerárquico y vertical al que aludíamos hace un momento y, con ello, hacer frente también al problema de la impotencia real de la filosofía. Tanto más urgente es cuestionar ese modelo vertical, si pensamos que se reintroduce fácilmente incluso cuando intentamos replantear la relación entre la filosofía y otros saberes en términos de interdisciplinariedad. Es cierto que la filosofía puede jugar un importante papel en la necesaria superación de la compartimentación excesiva en que se hallan las disciplinas académicas, debido a su carácter a la vez disciplinar y extradisciplinar. Incluso el texto legal que rige nuestra asignatura apunta, como uno de sus objetivos más importantes "la tarea de integrar y recomponer la diversidad de conocimientos..." (p. 8753). Pero creo que deberíamos evitar entender esa interdisciplinariedad en términos, de nuevo, de la idea fundamentalista y jurídica de una filosofía que, como "transdisciplina", [13] es capaz de lanzar una mirada unificadora, sistemática y superadora sobre el resto de los saberes y de las disciplinas académicas. Sería necesario sustituir el esquema vertical por otro en el que se darían intercambios horizontales entre la filosofía y otros saberes. Aunque estos intercambios no se limitaran a lo que habitualmente se entiende por interdisciplinariedad en el ámbito de las ciencias, a saber, la colaboración programada entre las ciencias constituidas para estudiar un objeto común, previamente identificado, a través de aproximaciones metodológicas diferentes. Quizás podríamos ensayar en ese laboratorio privilegiado que es nuestra clase de filosofía otra forma de relación, más allá de la interdisciplinariedad, como la propuesta por el Colegio Internacional de Filosofía en Francia: [14] esa relación horizontal debería hacer posible la institución de problemáticas inéditas y la invención de objetos nuevos, la modificación de las estructuras y fronteras reconocidas entre los campos de investigación, la liberación en suma de aquello que las disciplinas tradicionales inhibían o marginalizaban. En este esquema supradisciplinar, la filosofía carecería de la seguridad que su antigua posición normativa le confería (no estaría ubicada en un lugar fijo y preeminente desde el cual decir a cada uno dónde debe estar), aunque su pertenencia a una red cambiante de relaciones heterogéneas puede que le aportara una capacidad de intervención y de acción de la que carecía en su anterior estatus de reina de las ciencias. Esta concepción de las relaciones entre la filosofía y otros saberes es coherente con la situación que define en parte la existencia actual de la filosofía. Ésta ha dejado ya de ser la "elección original" que se encuentra en la base de una cultura, elección que delimita un conjunto constituido por el saber, las actividades humanas, la manera de percibir las cosas, etc. Según señala Foucault, después de Hegel, la cultura occidental ha hecho sus elecciones originales en dominios que no dependían ya de la filosofía y que están referidos a campos de actividades muy diversas: políticas, científicas, literarias, etc. [15] En este panorama se produce un retorno o nuevo despertar de la filosofía, del que quizás es indicativo el fenómeno de popularidad que antes comentaba, en el que si la filosofía parece tener una salud que permite no temer por su muerte, esa salud no es tampoco la que le daría una supuesta posición hegemónica. Más bien, frente a la preeminencia y unidad filosóficas, habría que reconocer que actualmente la filosofía existe en estado de dispersión, lo cual no quiere decir que se haya disuelto, pero sí que se conjuga en plural, como actividades filosóficas que tienen lugar en dominios muy diversos, exteriores muchos de ellos a la institución filosófica académica. [16] Puede que nuestra tarea como profesores de filosofía sea, al menos, admitir la posibilidad de esta pluralidad del trabajo filosófico y la legitimidad de esa demanda filosófica extrainstitucional. Quizás es necesario oponerse a muchas fuerzas que tienden a disolver la filosofía, sea en las ciencias, la moral privada o la educación ciudadana, pero también es cierto que corremos el riesgo en nuestra asignatura de caer en lo que podríamos llamar la tentación apologética, es decir, reproducir el esquema muerte/hegemonía de la filosofía con una eficacia puramente conservadora y reproductora. [17] Puede que la primera cautela para evitar esa tentación fuera aplicar un nominalismo metodológico a propósito de la filosofía: no existe la filosofía, lo que existen son actividades filosóficas. [18] El currículum abierto de la asignatura de 1º de Bachillerato permite una amplia autonomía en la organización de los contenidos. Queda en manos de cada profesor determinar el hilo conductor o el criterio para llevar a cabo esa articulación de las diversas unidades didácticas elegidas para abordar los cuatro núcleos temáticos obligatorios. Esa libertad creo que es positiva pero es, al mismo tiempo, resultado de una opción filosófica o metafilosófica que se desliza por debajo del diseño oficial de la asignatura. Ésta permite diversos enfoques de una misma forma de pensamiento, que es la antropológica. No olvidemos que los contenidos mínimos del programa se reducen a dimensiones del ser humano: como ser natural y cultural, como ser racional, como agente moral y práctico, como ser social. Nadie puede dudar de que éstos son aspectos esenciales de nuestra realidad. Pero el problema, de nuevo, es si la asignatura de filosofía debe ser el lugar en el que se integren los diversos saberes llamados ciencias humanas en una filosofía de carácter humanista que al definir un objeto común, el hombre, reduce la pluralidad inherente a esos planteamientos y, al mismo tiempo, reafirma su naturaleza normativa y fundamentadora. [19] Habría que preguntarse si cabe una asignatura de filosofía que no sea humanista. El problema de la relación de la filosofía con otros saberes y de la interdisciplinariedad afecta naturalmente también a las relaciones que nuestra asignatura ha de mantener con otras. Si tomamos en consideración el modelo horizontal y plural que proponíamos antes, nuestra práctica docente habría de estar gobernada por la resistencia al encierro de la filosofía en la disciplina y en la clase de filosofía, de modo que consideremos como principio de acción promover la transición, la interacción y la apertura entre las diversas disciplinas. Y si la asignatura de filosofía tiene la misión especial de contribuir a la integración del proceso formativo de los alumnos, esto debe pasar más por un trabajo crítico y desfundamentador con respecto a la arquitectónica cerrada de los saberes, que de edificación de un sistema jerárquico y cerrado. Cito el informe que la Comisión de Filosofía y Epistemología, presidida por Bouveresse y Derrida, envió al ministerio francés en 1989: "La filosofía tiene un papel esencial que jugar para contribuir a la unidad de la formación, no porque ella dominaría y totalizaría el conjunto de los saberes, sino porque, en la medida en que es también, si no solamente, reflexión crítica, porque ella se alimenta siempre de problemas, de conceptos, de debates nacidos en diversos lugares del saber y de la cultura, es tradicionalmente el espacio privilegiado en el cual las categorías del saber o de la cultura pueden ser construidas, asimiladas, pero también interrogadas y discutidas." (en Du droit à la philosophie, ed. cit., pp. 630-1). A mi juicio, el carácter formativo de la unificación que proporciona la filosofía está ligado estrechamente a su esfuerzo crítico. La integración de los saberes y de las realidades que viven los alumnos es algo que la filosofía puede llevar a cabo empleando su potencia de des-reificación. Quizás habría que dar la razón a Fichte cuando afirma que "la educación ha de resignarse a ser primero más negativa que positiva.". [20] 2. Para qué enseñar: los objetivos de la asignatura de Filosofía Quisiera hablar ahora del segundo aspecto que me interesa: para qué enseñar, los objetivos o finalidad de la asignatura de Filosofía. Es significativo que el texto legal que la regula, cuando expone la finalidad general de la presencia de la filosofía en el Bachillerato, que es "la promoción de la actitud reflexiva y crítica", inmediatamente la identifique con una finalidad de todo el proceso educativo aunque, añade, "debe afirmarse que ese objetivo es responsabilidad directa e inmediata de la clase de filosofía" (p. 8753). La conclusión que se impone es que la responsabilidad de la filosofía y su finalidad esencial es la educación como tal. Pero ¿es este supuesto evidente?, ¿es la filosofía esencialmente educadora? Y si lo es, ¿de qué manera? Si echáramos una mirada a la genealogía de la escuela, podríamos encontrar en su invención la asociación de dos operaciones en principio separadas: la transmisión de los conocimientos y la edificación moral y social a través de la sujeción de los individuos, de tal modo que enseñar sería llevar a cabo una invisible operación de reproducción social, política y económica a través de la visibilidad de una operación de conocimiento. [21] Nuestro problema es cómo afecta eso a la enseñanza de la filosofía. Su finalidad, en nuestro sistema educativo, de promoción del pensamiento crítico, ¿debe entenderse que está al servicio de esa edificación social y moral y, en último término, de la reproducción social? En este sentido, sería necesario plantearse cuáles son los límites de esa crítica que la filosofía debe promover. Antes veíamos que el valor intrínseco de los conocimientos en nuestra materia es secundario con respecto a su responsabilidad educativa pero quizás habría que pensar si la responsabilidad filosófica no consiste más bien en no someterse en principio a ninguna utilidad social, ni siquiera a la educación ética, cívica o política, aunque eso la llevara a caer en una cierta irresponsabilidad frente al Estado. Puede que el acto o la experiencia filosófica tenga lugar, precisamente, en el instante en que el límite jurídico-político puede ser interrogado o transgredido. La filosofía en secundaria existe en la forma de una reflexión crítica universal ligada a una cierta idea del sujeto soberano como tribunal que juzga libremente acerca de todo saber y de toda práctica. [22] Si esa idea de la crítica y de la reflexión, supuesta en la definición institucional de nuestra asignatura, puede verse como peligrosa o disolvente, sólo lo es en la medida en que es la base de la justa denuncia de prácticas cotidianas antidemocráticas. En ese sentido, la enseñanza de la filosofía pretende contribuir al desarrollo de una "cultura cívica" que alimente y perfeccione a la democracia, formando ciudadanos "...críticos, como dice el Decreto, frente a todo intento de justificación de las desigualdades sociales...", etc. Pero, al mismo tiempo, esa idea de crítica normativa, al mantener los derechos absolutos del sujeto ante todo saber, la supremacía de la conciencia ante toda práctica, es el medio de reproducción de un estado de cosas y de una forma de pensar que sólo constituyen al sujeto al precio de su sometimiento político (habría que recordar los dos sentidos de la palabra "sujeto"). Esa idea de crítica es el elemento en el que se opera la autorreproducción filosófica, el elemento en que se articula la tradición y conservación de la propia filosofía. Junto al concepto de crítica, el concepto de problema es también esencial en relación con la aclaración de los objetivos de la enseñanza de la filosofía, así como de su justificación. En el Decreto que nos sirve de marco legal se caracteriza de modo general a la filosofía como "reflexión radical y crítica sobre los problemas fundamentales a que se enfrenta el ser humano" (p. 8753). Los cuatro núcleos temáticos son entendidos como campos de problemas filosóficos que, al mismo tiempo, responden a problemas vitales de nuestra época y de los propios alumnos. La idea de fondo que subyace en esta noción de problema, frecuentemente incuestionada, es, a mi juicio, que los problemas filosóficos serían aquellos que nos planteamos en nuestra vida actual pero como modificaciones de problemas que el ser humano se ha planteado siempre y de los que se ha ocupado tradicionalmente la filosofía. De ese modo, al tiempo que define su objeto antropológico, la filosofía adquiere la justificación de su necesidad y de su vigencia intemporal como reflexión sobre los problemas que plantea la vida humana, quedando la propia enseñanza de la filosofía legitimada. Esto explica quizás la forma ambigua que el concepto de problema tiene en su definición legal: en primer lugar, se plantea en un plano de generalidad casi ahistórica: se trata de reflexionar, como hemos visto, sobre los problemas que se le plantean al ser humano, que plantea, se dice, "la experiencia humana del mundo" y que coinciden con "las grandes cuestiones sobre las que siempre reflexionó la filosofía"; en segundo lugar, esos problemas, se dice, no son eternos, sino los propios de nuestra época, que conciernen a la vida de los propios alumnos. La clase de filosofía se constituye como el lugar donde se intenta la reducción de esa bipolaridad del problema, como urgencia vital y como cuestión filosófica, de que hablaba antes, aunque quizás no sin cierta violencia. Enseñar filosofía es enseñar a los alumnos a que planteen sus experiencias en términos de los problemas que la filosofía ha definido tradicionalmente. Es, de nuevo, el asunto de la traducción, sólo que ahora vista desde el otro lado: la necesaria traducción de los contenidos para que puedan ser comprendidos por los alumnos es, a la vez, la traducción filosófica que ellos deben hacer de sus experiencias, una traducción que se entiende como formativa. El modelo de clase de filosofía propuesto por Izuzquiza ejemplifica bien lo anterior. Distingue cinco momentos en los que se produce la mediación: acotación de un problema filosófico, situación de dicho problema en la experiencia cotidiana del alumno, presentación de información teórica acerca del problema, realización de ejercicios para analizar el problema y, por último, construcción de un discurso filosófico sobre ese problema. [23] Sería quizás demasiado optimista ver que esta operación de mediación e integración se produce de modo natural al sustentarse en la madurez psico-intelectual de los alumnos adolescentes cuando alcanzan la "edad metafísica", tal como ha sostenido, entre otros, Piaget. [24] En este sentido, Izuzquiza reconoce la relación conflictiva que todo conocimiento, y en especial la filosofía, mantiene con la experiencia cotidiana, de tal modo que, aunque tenga que partir de ella necesariamente, la filosofía tiene que llevar a cabo un "trabajo de extrañamiento" que tiene como resultado su apropiación crítica, por un lado, pero también, por otro, la integración del alumno en la tradición y en la comunidad filosófica. [25] Esta correlación de extrañamiento y apropiación es en el fondo el tema de la Bildung clásica: lo propio accede a sí mismo sólo a través de la experiencia, o sea, a través de la prueba de lo extraño. Según esta idea clásica de formación, el movimiento que se dibuja es en definitiva el del retorno a sí mismo. Tal como lo expresa Gadamer: "...queda claro que no es la enajenación como tal, sino el retorno a sí, que implica por supuesto enajenación, lo que constituye la esencia de la formación." (Verdad y método, Salamanca, Sígueme, 1984, p. 43) La cuestión que se nos plantea es la de los límites de ese "trabajo de extrañamiento", si éste se resuelve en una reconciliación o reapropiación y, por tanto, si la enseñanza de la filosofía sólo cabe entenderla según el modelo clásico de la formación. Ese retorno a sí mismo que es la clave de la formación se produce cuando los nuevos aprendizajes reestructuran los conocimientos previos de los alumnos, permitiendo que éstos conserven cierta validez. En el caso de preconceptos erróneos, su sustitución será formativa si la corrección del error se hace a partir de un patrón crítico del que disponen los propios alumnos, es decir, si son ellos mismos los que critican su error. En nuestra asignatura, sin embargo, la situación es especialmente delicada. Sabemos lo difícil o imposible que es señalar un error filosófico. A mi juicio, los conocimientos previos (erróneos o no) derivados de la experiencia cotidiana poseen en filosofía el carácter de auténticos obstáculos epistemológicos, en el sentido de Bachelard. [26] No porque sean conocimientos falsos que impiden pensar correctamente la realidad, sino porque su validez y seguridad subjetiva los convierten precisamente en definidores de realidad. Los conocimientos previos, no sólo los erróneos, se caracterizan por su estabilidad, su resistencia al cambio y su carácter implícito o inconsciente, y es esta forma de existencia psicológica y social de los prejuicios lo que los coloca frente a la filosofía. Las dificultades que la enseñanza de la filosofía puede tener a la hora de vérselas con los preconceptos de los alumnos y de producir aprendizajes significativos derivan en gran medida de su estatus especial como forma de saber y de la ausencia de una doctrina o sistema de la filosofía. ¿Puede pretender la filosofía una resolución del conflicto cognitivo cuando su incapacidad constitutiva para aportar verdades la convierte más bien en la técnica por excelencia del conflicto cognitivo? Por ese motivo, en nuestra asignatura, donde el aprendizaje de conceptos se orienta a partir de un aprendizaje de cierta actividad, creo que no se trataría tanto de reestructurar o de sustituir los conocimientos previos por otros, sino de introducir una dinámica de pensamiento o una actitud que cuestionara toda estructuración estable, incluso la que podría adquirir aquello que consideramos formativo cuando se torna de modo casi natural en conservador. [27] Una actitud que facilitara el cuestionamiento de los criterios vigentes de realidad y una experiencia de desapropiación. Esa idea de una enseñanza de la filosofía que ha de construirse contra los conocimientos previos de los alumnos lleva consigo un replanteamiento de la noción de problema. Si, según veíamos antes, el problema es supuestamente el elemento mediador y posibilitador de los aprendizajes significativos, lo es en la medida en que permite una experiencia de reapropiación que es, al mismo tiempo, la incorporación a la "tradición onto-enciclopédica de la filosofía" (Derrida) y la sujeción según las relaciones de poder que ella vehicula. Los problemas filosóficos, entendidos de esta forma, como medios de formación, ¿no carecen realmente de una verdadera dimensión problemática y problematizadora? Son supuestamente los problemas que se plantea el ser humano (su modelo es el de las preguntas kantianas resumidas en la pregunta antropológica) y, por tanto, responden a una conducta subjetiva o a una necesidad existencial, son medios para una orientación, tránsito hacia una solución en la que desaparecerían. ¿Hay que defender la realidad propia de los problemas? Es evidente que no habríamos de entenderlos como problemas eternos pero tampoco, quizás, como cuestiones arbitrarias elegidas por nosotros. Gadamer ha puesto de manifiesto la ilusión neokantiana de que hay problemas permanentes "que están ahí como las estrellas en el cielo". Desde esta concepción de los problemas eternos, el problema sería una abstracción en la que el contenido de una pregunta está escindido de la pregunta concreta que lo formula, ignorando completamente el condicionamiento histórico. [28] Pero si los problemas filosóficos no pueden ser suprahistóricos, su "disolución pragmática", por su parte, corre el riesgo de disolver lo específico de la filosofía, incluso entendida como actitud. En este sentido, Rorty señala que habría que dudar de la existencia de problemas específicamente filosóficos debido a que difícilmente se puede acordar o determinar de antemano cuáles son esos problemas, a diferencia quizás de lo que caracteriza a los científicos. Esto le lleva a decir irónicamente que "Hoy por hoy, los problemas adquieren un estatus filosófico cuando un célebre profesor de filosofía escribe un artículo que despierta interés por ellos. Es la cola institucional la que menea al perro científico." (Consecuencias del pragmatismo, ed. cit., p. 304). Admitir la realidad de lo problemático implica, como ha mostrado Deleuze, que el problema es irreductible a sus soluciones y que no desaparece con ellas como si fuera un fantasma, por tanto, que no es un obstáculo para el pensamiento. Los problemas no habría que evaluarlos por su resolubilidad. Habría que deshacerse, según este autor, de la ilusión en que cae la imagen dogmática del pensamiento según la cual los problemas y preguntas son extraídos de las proposiciones preexistentes correspondientes que pueden servir de soluciones o respuestas. La actividad del pensar no empieza con la búsqueda de soluciones, sino con el planteamiento de los problemas, la verdad o la falsedad no reside en aquellas, sino en éstos: "Lo esencial —dice Deleuze— es que en el seno de los problemas se hace una génesis de la verdad, una producción de lo verdadero en el pensamiento.". [29] La historia de la filosofía ha llevado a cabo una negación de esa realidad del problema debido a la forma proposicional que adopta el discurso filosófico tradicional, hasta el punto de que puede entenderse que esa historia se caracteriza por la sucesión de diversas modalidades de ocultación de lo problemático. [30] Lo que habitualmente llamamos problemas filosóficos puede que sean formas de ocultación de lo problemático en la medida en que lo reducen a una lógica de la respuesta y de las soluciones cuyo correlato es una ontología sustancialista. Que la materia específica del aprendizaje sean los problemas en tanto que tales implica que aprender filosofía es aprender a problematizar. La realidad del problema implica la problematización de la realidad, con lo que su dimensión ontológica es inseparable de la actividad crítica. Si nuestra asignatura debe promover la reflexión crítica sobre problemas, esto significa que su objetivo sería promover una actitud problematizadora de la realidad aceptada como evidente, en la que los alumnos hacen al mismo tiempo una experiencia de desujeción o desprendimiento de sí mismos. La problematización no es sólo el instrumento para llegar a un pensamiento más justo o verdadero acerca de la realidad, sino el trabajo del pensamiento como libertad en relación a una realidad que se ha estabilizado como necesaria y condición para su recreación. Mostrar la carencia de necesidad de lo que consideramos real es, al mismo tiempo, abrir la posibilidad para su transformación y para la creación de nuevas formas de subjetividad. Este es el sentido que Foucault ha dado a la crítica como genealogía: "Y esta crítica será genealógica en el sentido de que no deducirá de la forma de lo que somos lo que nos es imposible hacer o conocer; sino que liberará de la contingencia que nos ha hecho ser lo que somos, la posibilidad de no ser, hacer o pensar ya, lo que somos, hacemos o pensamos." ("Qu'est-ce que les Lumières?", en Dits et écrits, ed. cit., vol. IV, p. 574). Desde este punto de vista, la filosofía ha de ser entendida, más que como saber, como actitud, ethos filosófico que Foucault define como "crítica permanente de nuestro ser histórico" (o "actitud de modernidad"), caracterizado por su atención a los límites y a su transgresión, así como por su experimentalismo. Que el objetivo de la enseñanza de la filosofía sea promover esta forma de actitud crítica o problematizadora implica que tomamos partido por una forma activista de filosofía. Innerarity ha mostrado cómo la fijación de la filosofía en unos contenidos conceptuales a menudo ha sido una estrategia para hacerla inofensiva. Frente a ello, este autor sostiene que la filosofía, como actividad intelectual, va ligada necesariamente a la rebeldía: el poder de la filosofía se encierra en la obstinación con la que el pensamiento se muestra insumiso a la realidad, en la puesta en cuestión permanente de toda fundamentación, en la controversia infinita y en su constante impertinencia. [31] Si transplantamos esa actitud problematizadora y rebelde a la clase de filosofía, ésta se convierte en un lugar político. La clase puede ser el lugar en el que se muestre la no-naturalidad de las propias estructuras pedagógicas, donde, en cierto modo, se haga visible esa operación invisible que, según decíamos, caracteriza la práctica educativa: transmisión de conocimientos al tiempo que sujeción e identificación de los sujetos. Ello incluye que nos hagamos cargo de la dimensión institucional de la propia filosofía y de su función socio-política. Si Bourdieu tiene razón en señalar que la condición de toda acción pedagógica es el desconocimiento de su verdad objetiva como imposición violenta de un arbitrario cultural, quizás cabe un espacio, no simplemente para denunciar teóricamente esa imposición, sino para invertir su signo y plegarla estratégicamente. [32] La clase de filosofía podría ser ese paradójico lugar en que el sistema educativo cumple su función reproductora al mismo tiempo que la pone al descubierto: ese es quizás el poder de la filosofía. * Este texto se presentó como ponencia en el curso "Las aportaciones de la Filosofía al mundo contemporáneo", que la UIMP celebró en Santander en septiembre de 2000. ** Vocal de la AAFI por Granada. Doctor en Filosofía. Profesor del I.E.S. Diego Hurtado de Mendoza (Granada). [1] Véase La filosofía de los profesores, Madrid, Fundamentos, 1971, p. 100. [2] César Tejedor ha señalado lo engañosa y paralizante que puede ser la alternativa enseñar filosofía/enseñar a filosofar, y que no se trata de optar por uno de los dos términos, sino del énfasis que se pone en uno u otro, por lo que habría que intentar, según él, hacer en nuestra práctica docente las dos cosas: enseñar filosofía y a filosofar (cfr. Didáctica de la filosofía, Madrid, SM, 1992, p. 14). Planteado así, creo que cualquiera de nosotros suscribiría lo anterior, pero el problema no es sólo técnico-pedagógico (si es conveniente seguir exclusivamente una "pedagogía centrada en los alumnos" o una "pedagogía centrada en los contenidos"), sino una cuestión que afecta a lo que entendemos por filosofía y filosofar, por contenido filosófico, etc. y, por tanto, que afecta a lo que significa la enseñanza de la filosofía. [3] Op. cit., p. 149; ver sobre lo anterior, Derrida, "L'âge de Hegel", en op. cit., pp. 181 ss. [4] Tesis que ha sido defendida por otros autores como E. Martens, P. Heintel, etc.: cfr. Bolívar Botia, A., "Modelos de enseñar filosofía", en Diálogo filosófico, 1987, nº2 (mayo-agosto), pp. 188-198. [5] Cfr. Lipman, M., Sharp, A. M. y Oscayan, F. S., La filosofía en el aula, Madrid, Eds. de la Torre, 1992, pp. 34-49, 118 ss., 174, etc. [6] Véase: La clase de filosofía como simulación de la actividad filosófica, Madrid, Anaya, 1982; "La filosofía en la enseñanza media: observación, traducción, simulación", en Cifuentes, L.M., Gutiérrez, J.M. (coords.), Enseñar y aprender filosofía en la educación secundaria, Barcelona, ICE Universidad de Barcelona/HORSORI, 1997. [7] La condición de funcionamiento de esta comunidad de investigación, también importante en el proyecto de filosofía para niños, es, como ha señalado Cifuentes, la renovación constante de un pacto fundacional que afirme la voluntad de participación de los alumnos y el profesor en esa comunidad. Véase: Cifuentes, L.M., "Un problema metafilosófico previo: ¿es posible enseñar y aprender Filosofía?", en Cifuentes L.M. y Gutiérrez, J.M. (coords.), Enseñar y aprender filosofía en la educación secundaria, ed. cit., pp. 93-4. [8] "¿Qué es y qué no es el método activo?", en Diálogo filosófico, nº 5, mayo/agosto de 1986, p. 215. Ver Método activo: una propuesta filosófica, Madrid, M.E.C., 1985. [9] Véase La metafísica de las costumbres, Madrid, Tecnos, 1989, trad. De A. Cortina y J. Conill, pp. 6-7. Derrida analiza este problema kantiano en relación con la cuestión de la institución filosófica en Du droit à la philosophie, ed. cit., pp. 74-5, 528-535. [10] Véase Coll, C. y otros, Los contenidos en la reforma, Madrid, Santillana, 1992, p. 48. [11] Ver Más Platón y menos prozac, Barcelona, Ediciones B, 2000. La segunda parte del libro se titula "cómo arreglárselas ante los problemas cotidianos" e incluye capítulos dedicados a la búsqueda de una relación sentimental, a acabar una relación, al trabajo que no funciona, a cómo sacar provecho de las pérdidas, etc. La cuarta parte de la obra incluye un apéndice titulado ¡¡"Grandes éxitos de los filósofos"!! [12] De nuevo, cabe citar aquí el interesante análisis que Derrida hace de este tema kantiano en Du droit à la philosophie, ed. cit., pp. 97 ss., 397-438, 572-4, etc. [13] Empleo el término y la descripción que hace L.M. Cifuentes en "Exigencia de interdisciplinariedad en filosofía", en Paideía, año X, nº 2, abril-junio de 1989, pp. 22-7. [14] Sigo en esto el informe para su fundación, redactado por Derrida, uno de sus fundadores, en "Titres (pour le Collège International de Philosophie)", en op. cit., pp. 551 ss. [15] Ver Foucault, "Folie, littérature, société", en Dits et écrits, París, Gallimard, 1994, vol. II, pp. 105-7. [16] Ver lo que dice Foucault en "Sur les façons d'écrire l'histoire", en Dits et écrits, ed. cit., vol. I, p. 597; "Conversazioni con Foucault", en ibid., p. 620. [17] Derrida muestra que la alternativa hegemonía/muerte de la filosofía forma parte del mismo modelo universitario que constituye la tradición onto-enciclopédica occidental. Ver op. cit., pp. 553-4. [18] "No estoy seguro de que la filosofía exista. Lo que existen son 'filósofos', es decir, una cierta categoría de personas cuyas actividades y discursos han cambiado mucho de época en época. Lo que los distingue, como sus vecinos los poetas y los locos, es la separación (partage) que los aísla, y no la unidad de un género o la constancia de una enfermedad.": Foucault, Dits et écrits, ed. cit., vol.II, p. 70. [19] F. Châtelet ha denunciado esa función ideológica de la Filosofía Escolar y Universitaria (P.S.U.) en relación con las ciencias humanas. Ver La filosofía de los profesores, ed. cit., pp. 129-145. [20] Introducción a la teoría de la ciencia, Madrid, Sarpe, 1984, trad. J. Gaos, p. 141. Véase sobre esta idea de des-reificación y sobre el negativismo como garantía de libertad, Besnier, J.-M., "Essai pour donner à la pédagogie la philosophie qu'elle mérite", en Esprit, nº 71-72, diciembre 1982, pp. 217-226. [21] Véase: Ogilvie, B., "L'enseignement de la philosophie à la croisée des chemins", en Les temps modernes, año 46, marzo-abril 1991, nº 536-7, p. 91; Varela, J. y Álvarez-Uría, F., Arqueología de la escuela, Madrid, La Piqueta, 1991, pp. 13-54; Bourdieu, P. y Passeron, J.-C., La reproduction, París, Minuit, 1970, pp. 26 ss. [22] Ver Foucault, "Le piège de Vincennes", en Dits et écrits, ed. cit., vol. II, pp. 67-73. [23] Ver La clase de filosofía como simulación de la actividad filosófica, ed. cit., pp.. 206 ss. [24] Ver Tejedor, C., Didáctica de la filosofía, ed. cit., pp. 17-22. La crítica a esta idea de "edad metafísica" se puede ver en Derrida, op. cit., pp. 188-9, 221, 234. [25] Véase: "La filosofía en la enseñanza media: observación, traducción, simulación", en Enseñar y aprender filosofía en la educación secundaria, ed. cit., pp. 81-2. [26] C. Tejedor ha presentado una completa lista de esos obstáculos en su Didáctica de la filosofía, ed. cit., pp. 46-9; Sobre los obstáculos epistemológicos en filosofía se puede ver Tozzi, M. y otros, Apprendre à philosopher dans les lycées d'aujourd'hui, París, Hachette, 1992, cap. IV. [27] Bachelard describe ese movimiento de este modo: "...al final el instinto formativo acaba por ceder frente al instinto conservativo. Llega un momento en el que el espíritu prefiere lo que confirma su saber a lo que lo contradice, en el que prefiere las respuestas a las preguntas. Entonces el espíritu conservativo domina, y el crecimiento espiritual se detiene." (La formación del espíritu científico, Buenos Aires, S. XXI, p. 17). [28] "Pues en realidad no existe un punto exterior a la historia desde el cual pudiera pensarse la identidad de un problema en el cambio de los intentos históricos de resolverlo." (op. cit., p. 454). [29] Différence et répétition, París, P.U.F, 1968, p. 210; ver pp. 203-217. [30] Es la tesis que M. Meyer ha perseguido por ejemplo en De la problematologie, Mardaga, 1986. Ver también Timmermans, B., "Kant et l'histoire de la philosophie: la vision problématologique", en Revue International de Philosophie, vol. 44, nº 174, 3/1990, pp. 297-308. [31] Véase "Filosofía y rebeldía", en Diálogo filosófico, año 7, enero/abril, I/1991, pp. 95-108. [32] Bourdieu señala esa paradoja en la forma de contradicción insuperable: "Una AP [acción pedagógica] que pretendiera desvelar en su ejercicio mismo su verdad objetiva de violencia y destruir por ello el fundamento de la AuP [autoridad pedagógica] del agente, sería autodestructiva. Encontraríamos entonces una nueva forma de la paradoja de Epiménides..." (La reproduction, ed. cit., p. 26). |
Publicado el 17 de Febrero, 2006, 17:26
El Comercio, 05-02-06
Cómo enseñar bien Por Felipe Ortiz de Zevallos, economista "Algunos profesores repiten sus clases como si se tratara de capítulos sucesivos de una misma telenovela. Ello da poco espacio para crear e innovar en el esfuerzo por acercarse más a las personas que uno tiene delante"
Un educador estadounidense, Donald Finkel, escribió hace algunos años un libro cuyo sugerente título --"Cómo enseñar con la boca cerrada"-- implica un cambio de perspectiva respecto de los sistemas tradicionales de enseñanza. Con el nuevo paradigma, enseñar no implica solo dictar clases en el formato de conferencias sino realizar un conjunto de acciones que ayuden y estimulen a los alumnos a aprender, sin causarles, a la vez, mayor perjuicio. La mayoría de los profesores universitarios tradicionales, en cambio, definiría la enseñanza como el proceso de transmitir conocimientos. Uno enseña hablando, dirían muchos. Esta es una definición que a quienes enseñamos nos puede resultar bastante cómoda porque nos permite mantener el control sobre el proceso: yo hablo, yo enseño; ya hablé, ya enseñé. Las nuevas corrientes pedagógicas plantean que la enseñanza solo se materializa cuando hay aprendizaje. De poco serviría la mejor orquesta si toca en un desierto vacío. Vista así, la enseñanza requiere la creación de aquellas condiciones que le permita a la mayoría de los alumnos, sino a todos, descubrir su potencial en el proceso de aprendizaje. Es una visión más compleja y preocupante porque resulta una más inasible, uno pierde el control del proceso. Para muchos, la habilidad para enseñar es vista como un don innato --la imagen de Raúl Porras dictando clase en San Marcos-- cuando es, en realidad, una cualidad adquirible. Pero, primero, se requiere entender bien a los alumnos --sus aspiraciones, confusiones, prejuicios y vacíos-- así como la naturaleza tan variada de sus procesos de comprensión y aprendizaje. Ello se complica con la marcada brecha intergeneracional que existe entre universitarios y sus profesores. Algunos profesores repiten sus clases como si se tratara de capítulos sucesivos de una misma telenovela. Ello da poco espacio para crear e innovar en el esfuerzo por acercarse más a las personas que uno tiene delante, que son distintas a las que tuvo ayer, o el semestre pasado. La mejor clase --afirma Ken Bain, educador de la Universidad de Nueva York-- es, a la vez, una creación intelectual y una experiencia histriónica. Requiere de comprensión, perspectiva, intuición, originalidad y empatía. Recuerdo a un profesor en la Universidad de Kellogg que perdió un kilo de peso en una clase. Uno requiere de tensión para aprender. Hay expertos muy calificados que resultan absurdamente rutinarios y predecibles en la clase. Un buen maestro requiere de una capacidad de adaptación suficiente para adecuarse a cada grupo, incluso a cada alumno. Un buen maestro, en última instancia, es aquel que contribuye con el aprendizaje de sus alumnos en una medida tal que logra una influencia positiva, marcada y sostenida, en la manera en que ellos piensan, actúan y sienten. Bain le ha dedicado años de su carrera profesional a identificar buenos profesores universitarios con el fin de descubrir qué es lo que los demás pueden aprender de ellos. En su libro: "Qué hacen los mejores profesores universitarios" describe algunas características comunes de aquellos que enseñan mejor. Conocer bien la materia que dictan constituye un requisito bastante evidente. Menos obvia como condición es la preocupación sincera respecto de cuáles son los objetivos concretos de aprendizaje de sus alumnos. Para ser buen profesor hay que asumir como premisa que sus alumnos quieren y pueden aprender. Las relaciones que con ellos tiene suelen estar marcadas por la exigencia pero también por la confianza. En clase, o fuera de ella, suelen abrirse en diálogo al relato de sus propios logros y frustraciones, provocando en alumnos preguntas y reflexiones. Bain cuenta que cuando fue a entrevistar para su libro a un muy destacado profesor de filosofía, este lo invitó a la conferencia que dictaba esa misma noche en la facultad. Se titulaba: "Cuando enseño mal". |
Publicado el 7 de Febrero, 2006, 18:04
¿Pensamos a golpes?
En occidente, la mayoría llega a una reunión teniendo sus puntos de vista ya formados y dispuesta a defender una idea, que espera que los demás acepten. Por lo tanto, las reuniones consisten en discutir los diferentes puntos de vista, para ver cuál sobrevive a las críticas y cuál obtiene más adhesiones. Si bien las ideas iniciales sufren modificaciones y mejoras, todo tiende a ser cuestión de "esculpir el mármol". Es decir, comenzar con un gran bloque, e ir golpeándolo hasta obtener el producto final...
¿Por qué en las reuniones japonesas hay momentos de "silencio total", aparentemente improductivos?
Resulta difícil que los occidentales comprendamos que los japoneses se reúnen sin ideas preconcebidas; o que el propósito de la reunión es escuchar. Para ellos, el resultado de la reunión se va completando en forma gradual, ya que así, un concepto se vuelve más rico y puede ser mejor analizado. Lo más importante, es que todos brindan información "limpia" de subjetividades y -poco a poco- esta información se organiza en una idea. Todos los participantes observan cómo va ocurriendo esta transformación. Una vez terminado el proceso de exposición y escucha, la ruta es obvia para todos. Por supuesto que este proceso no sucede -ni se completa- en una sola reunión. Puede durar semanas y meses, incluyendo muchas reuniones.
La noción occidental es que las ideas se cincelan a golpe de argumentos.
La noción japonesa, es que las ideas surgen como semillas y pequeños brotes, los cuales después se nutren, para permitirles crecer y tomar forma.
Lo dicho anteriormente es, sin duda, una versión algo idealizada del contraste entre la discusión occidental y la manera japonesa de presentar información. Nuestra intención es la de mostrar el contraste, y no la creer que todo lo japonés es maravilloso y debe imitarse.
A nosotros, nos parece extraño que no discutan... A ellos, que a nosotros nos guste tanto discutir!
No podemos cambiar nuestras culturas, pero podemos cambiar nuestra costumbre de discutir. Para esta clase de cambios, necesitamos recursos y expresiones nuevas que nos permitan pensar diferente. La exhortación y la explicación, por sí solas, tienen poco valor práctico.
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Publicado el 26 de Enero, 2006, 18:04
http://weblog.educ.ar/espacio_docente/filosofia/archives/001002.php
Los filósofosPor: Alejandro Rozitchner | 23-Ene-2006|
Revisando en Internet los materiales disponibles en relación con la búsqueda de una nueva enseñanza (o una nueva práctica) del pensamiento, me vuelve a sorprender un rasgo constante del universo de la filosofía: su dependencia de la historia de la filosofía y la forma en la que sus grandes figuras tienden a ocupar un lugar central incluso en la nueva enseñanza. Sin ánimo de cuestionar la importancia de tales pensadores fundamentales, ¿es válida la idea según la que resulta imprescindible tenerlos en cuenta a la hora de producir un pensamiento que pueda llamarse filosófico? En apoyo de una respuesta negativa a esta pregunta encue ntro entre las referencias de la web la idea de “enseñar a pensar” (teaching thinking), y me parece que tal vez en esa vía encontremos un enfoque más adecuado a la hora de aprovechar la experiencia que la materia filosofía puede ofrecérnos. En el cultivo de la filosofía suele haber más voluntad de culturizar que de abrir las posibilidades de un pensamiento. Eso es lo que revela la adhesión respetuosa de la tradición, y lo que creo que me resulta molesto de ella, el factor neutralizante de la producción de pensamiento, mal concebido como referencia orientadora. ¿Hay que renegar de los filósofos, entonces? ¿Puede un alumno de la materia filosofía desplegar sus dotes de pensamiento sin conocer la tradición que estas mismas palabras que manejamos contienen? ¿No resulta absurdo creer que un estudiante de bachillerato podrá -él sólo o en compañía de los otros alumnos-, remontar por su cuenta la reconstrucción de una complejidad difícilmente alcanzada a lo larg o de los siglos? Son objeciones importantes y me gustaría responderlas en detalle. No, de ninguna manera es necesario renegar de las importantes figuras de la historia de la filosofía. Pero sí entende que ellas son meros instrumentos del pensamiento que queremos poner a funcionar y nunca el objeto de estudio. En la materia filosofía, si se la concibe bien, activamente, respetando de manera profunda el sentido propio de la riqueza de la filosofía, no se trata tanto de estudiar el pensamiento sino de ejercerlo. Esto necesariamente produce el cambio de actitud que va desde el respeto del erudito a la más liviana mirada del que busca hacer su vida y para ello se sirve de ideas. Los filósofos, por otra parte, fueron pensadores y no estudiosos, o –para decirlo de manera más completa- fueron en primer lugar personas interesadas en expresar y comprender el fenómeno de la vida y el sentido y en segundo lugar estudiosos de una tradición que les resultaba útil para tal fin. Esta diferencia me parece bien representada en el siguiente ejemplo: según el planteo académico de la filosofía las grandes figuras de pensamiento se ubican entre nosotros y la realidad. Ellas observan el mundo, nosotros las observamos a ellas. Este planteo está fallado en su base, y debe ser reemplazado por uno en el que se establezca más bien una relación triangular: enfrentados nosotros también con el mundo que debemos (necesitamos, queremos) entender, miramos en la obra de los filósofos como en un espejo particular, encontrando en ellos interlocutores con quienes conversar acerca de nuestras ideas y nuestras impresiones respecto del mundo. El otro esquema, el de sustraerse al contacto con la realidad y suplantarlo por el estudio de quién si tiene derecho a relacionarse con ella, es condenarnos a la desactivación básica de nuestro pensamiento propio y convertirnos en meros estudiosos y repetidores de algo que estará siempre vacío. Lo primordial en la enseñanza de la filosofía es, antes que el reconocimiento de las distintas teorías y de los nombres de sus referentes, abrir esa mirada personal desde la que todo el juego del pensamiento adquiere sentido. No renegar de los filósofos, pero dar ante nada el golpe de estado en el pensamiento que permite que cada pensador sea el protagonista de su experiencia de sentido. Los más brillantes exponentes de la traidición filosófica son meros interlocutores, socios, del desarrollo de nuestra propia mirada. La segunda cuestión, la de la complejidad que un alumno actual pueda estar perdiendo si no aprende primero las categorías fundamentales que las grandes figuras del pensamiento manejaron, puede ser respondida de la siguiente manera: cada época posee su propia complejidad, y en la mayoría de los casos, ese recorrido obligatorio por las minuicias de las épocas anteriores, épocas muertas, tienen más el sentido de obstruir la producción de las categorías adecuadas a nuestro complejo presen te que la de ayudar a crear el refinamiento del pensamiento al que debemos aspirar. Obligar a un pensador potencial (eso y no otra cosa es un alumno de filosofía de nuestros secundarios) a reconocer y aprenderse las categorías de análisis del período metafísico es equivalente a creer que es imprescindible para la formación de un médico conocer los antiguos y fallidos métodos de trabajo de sus colegas de siglos anteiores, hoy ampliamente superados. Ese amor del mundo de la filosofía por el pensamiento muerto es un rasgo ásico de su patología fundamental, pero es nuestra tarea rescatar a la actividad filosófica de tal malentendido y reintegrarla a la pulsión básica de la vida presente. La complejidad necesaria es la que debemos construir a través de la aplicación de actividades diseñadas para encontrar el sentido y sus problemas tal como se le presentan al hombre de nuestra época y en especial a ese individuo angustiado o feliz que es el pensador en cuestión, nudo central y previo de todo desarrollo de pensamiento verosimil. Situar el replanteo de la materia filosofía en el marco de la creatividad o en el de la enseñanza del arte del pensamiento resultan de esta forma modos más certeros de acceder al sentido básico de la filosofía. Paradógicamente, al alejarnos de sus modos de presentación establecidos, pese a que algunos puedan irritarse o considerarlo poco serio, llegaríamos a ser capaces de refundar su práctica sobre el fondo esencial de su movimiento. |
Publicado el 19 de Enero, 2006, 18:16
http://palestra.pucp.edu.pe/index.php?id=161
¿De qué pensar hablamos? Dos preguntas surgen inmediatamente ante la pregunta que titula el presente artículo y son las siguientes: ¿se puede enseñar a pensar? y ¿qué entendemos por pensar cuando hablamos de aprender a pensar ? Ambas preguntas aparecen en tanto están íntimamente vinculadas con nuestra pregunta. La primera es fácil de contestar y la respuesta es afirmativa; su sentido está presupuesto en los diversos saberes que tenemos. La segunda pregunta resulta controversial y difícil de delimitar en una respuesta, ya que no hay consenso respecto de lo que el pensar sea, salvo que define por excelencia a los seres humanos. Nuestro interés no se centra en el pensamiento como facultad ni como definición lingüística, tampoco como parte del atributo que se toma cualquier saber académico para sí -fundamentalmente la filosofía. Menos aún aludimos al sentido común que por su propia naturaleza no es capaz de pensar realmente y está lleno de lugares comunes; tampoco nos regimos necesariamente por la tradición occidental que entiende por pensar el acto representacional al cual el concepto de idea nos remite, debido a que esta noción también está inscrita dentro de los límites del saber filosófico. Se trata entonces de ir más allá de los límites y ataduras del saber tradicional y/o profesional para poder descubrir el sentido del pensar y su aprendizaje; sentido y aprendizaje que están íntimamente relacionados entre sí, en tanto aprender a pensar supone ya valorar la actividad del pensamiento, valorar el sentido que el pensamiento como actividad tiene para la vida; de la misma manera que valorar el pensar conlleva el deseo de perfeccionar dicha actividad. Así, cuando hablamos de aprender a pensar tomamos el pensar como una actividad mental que existe potencialmente en la mayor parte de seres humanos y que puede o no ser desarrollada. Responder a nuestra pregunta significa entonces que podamos dar algún derrotero sobre cómo desarrollar esta actividad de la mente que Hannah Arendt precisó bien al afirmar: “nuestra capacidad de pensar, es decir, (…) el simple hecho de que el hombre es un ser pensante. Y con esto quiero decir que el hombre tiene una inclinación y además una necesidad, de no estar presionado por necesidades vitales más urgentes (“la necesidad de la razón” kantiana) de pensar más allá de los límites del conocimiento, de usar sus capacidades intelectuales, el poder de su cerebro, como algo más que simples instrumentos para conocer y hacer”1. Riesgos de la actividad pensante No obstante, una empresa de esta magnitud implica ciertos riesgos sin los cuales la tarea del pensar no podría darse realmente. Riesgos, por cierto, que son también los que asumieron los grandes pensadores, quienes determinaron los cánones del saber que hemos heredado y que precisamente lo hicieron en tanto ellos mismos rompieron con los saberes y patrones que les habían sido impuestos en su momento. Estos riesgos nos permiten dar cuenta de las razones por las cuales el pensar es escaso en la práctica. Entre los principales figuran el que el pensar no deja nada tangible tras de sí, no nos da el poder de actuar, no deja conocimientos , no puede ser acallado por “los sabios”, no soluciona enigmas cósmicos, no llega a verdades absolutas, irrumpe toda acción cuando se da, puede paralizarnos, es una empresa subversiva y puede conllevar también al nihilismo, lo cual significa que puede llevarnos a cambiar la falta de resultados por resultados negativos , como, por ejemplo, cuando insatisfechos en no llegar a definir qué es el bien optamos por el mal2. Es importante señalar que el riesgo del nihilismo es creciente hoy bajo la forma del cinismo. El cínico contemporáneo es precisamente aquel que habiendo asumido el mandato de la Ilustración –el pensar por sí mismo - no ha llegado a respuestas concluyentes y, desilusionado, opta por ir contra todo orden moral y conocimiento en general3. El cínico es entonces un nihilista en tanto niega la vida y asume una actitud destructiva ante toda forma de ordenamiento. Manifestaciones de este cinismo son visibles en el Perú, principalmente en los sectores políticos pero no solo en ellos. Se suman a estos riesgos naturales y humanos dos aspectos concretos que dificultan esta tarea en nuestro país: una marcada conciencia autoritaria que excluye el pensar en tanto impone la manera cómo los asuntos humanos deben ser asumidos y pensados, excluyendo el diálogo y la reevaluación; así como nuestras grandes carencias económicas que dificultan la posibilidad del pensar, en tanto nos suman en la necesidad y por ello nos excluyen de la libertad que el pensar requiere para realizarse. No obstante, ni el autoritarismo ni la precariedad económica son excusas para no asumir esta tarea. Sentido, necesidad y proyecto de la tarea del pensar El sentido de asumir la tarea del pensar conlleva la posibilidad de crear y recrear un sentido para la vida; implica que aun cuando no lleguemos a respuestas definitivas, llegaremos a respuestas mejores que las que tenemos ahora y que nos permitirán vivir una vida más realizada y autónoma. Sócrates fue muy claro al respecto al afirmar que una vida sin examen, sin reflexión, no tenía objeto de ser vivida: la felicidad, el placer, la justicia, el amor y el bien no son realmente viables si no asumimos la tarea del pensar. Más aún, el pensar evita que caigamos presos del engaño y que adhiramos a cualesquiera códigos o reglas sin reflexión previa. Pero lo más importante aún está en el vínculo fundamental que hay entre el pensar y el bien, como bien lo desarrolló Arendt, el cual constituyó uno de los ejes centrales de su obra. Fue precisamente cuando Hannah Arendt cubría el juicio de Adolfo Eichmann en Jerusalén, responsable nazi de la deportación y muerte de los judíos, que la relación entre el mal y el pensar surgió como una problemática. El verificar que Eichmann no era un “hombre malo”, llevó a Arendt a preguntarse si es posible realizar (tanta) maldad sin ser una mala persona. Su obra deja en claro que sí es posible y que este tipo de mal es el mal banal fruto de la incapacidad de pensar . La obra sobre Eichmann evidencia que una persona sin maldad y sin especiales motivos para el mal, es capaz de infinito mal si no es capaz de pensar4. La pregunta que queda luego abierta es la de si es posible que el pensar nos abstenga del mal. Cabe aquí mencionar que la humanidad en general ha vivido gran parte de su historia bajo diversas formas de sumisión mental que le han impedido a los seres humanos asumir la tarea de pensar. Occidente asume esta tarea de manera pública recién en la Modernidad , cuya esencia es la autonomía racional, la cual llegó a sus más altos niveles bajo la Ilustración , buscando que el ser humano desarrollase concepciones fundadas solo en su proceder racional en relación a todos los objetos del conocimiento. Kant hizo conocida para el gran público esta necesidad de aprender a pensar al mencionar que debíamos liberarnos de nuestra culpable incapacidad que era precisamente nuestra incapacidad de pensar y que aludía a la constatación histórica de no haber sido hasta ese momento capaces de pensar por nosotros mismos , sin la guía de otro(s). La diferencia que Kant establece entre el funcionario y el maestro da cuenta de este ideal de la Ilustración : se trataba ahora de que además de ser funcionarios tomemos una postura propia ante la vida y los conocimientos recibidos y nos hagamos maestros5. ¿Cómo aprender a pensar? Pero, ¿cómo aprender a pensar ? ¿Cómo pasar de ser un mero funcionario a ser un maestro ? ¿Cómo liberarnos de la tiranía de la costumbre a la que aludía Bertrand Russell? Una primera forma de recibir este aprendizaje debería ser a través de la educación en general que, tomada en su verdadera naturaleza, alude a la apertura y liberación de la conciencia en aquel que la recibe. Por ejemplo, si en una clase de ética en la universidad el profesor solo explica qué dijo Platón, qué dijo Aristóteles, qué Kant y, así sucesivamente, de manera meramente histórica y/o descriptiva, no podrá enseñarle a pensar a sus alumnos. No obstante, si va más allá de este tipo de exposición y comienza a contrastar las distintas propuestas académicas entre sí y a evaluarlas, habrá ya despertado la capacidad crítica del alumno. Finalmente, si además llega a interpelar la realidad cotidiana y nacional, con preguntas del tipo ¿qué nos aporta hoy Platón? o ¿en qué medida nos sirve la propuesta aristotélica frente a la inmoralidad que vivimos los peruanos?, el profesor le estará enseñando a pensar a sus alumnos, en la medida en que les estará enseñando a tomar una distancia y postura crítica s frente a los conocimientos recibidos y a abrirse al diálogo , posibilitándoles así despertar su conciencia, ponerla en marcha y desarrollar su creatividad. Pero enseñar a pensar pasa primero por que los propios profesores sepan pensar y estén dispuestos a seguir aprendiendo. Lo mencionado nos abre a la directiva fundamental sobre cómo aprender a pensar, la cual alude al diálogo, tanto de nosotros con los demás, como de la conciencia consigo misma. Este fue precisamente el legado de Sócrates, considerado por excelencia el pensador de Occidente, quien desarrolló la dialéctica como método para enseñarnos a pensar: para despejar la naturaleza de un tema Sócrates hacía preguntas y respuestas a los participantes donde se hacían evidentes las incoherencias y contradicciones en que ellos caían. Las dinámicas de diálogo no solo conllevan a la solución (ética) de conflictos sino que nos enseñan a pensar en tanto nos confrontan con nosotros mismos, abren otras perspectivas en nosotros y desarrollan nuestra capacidad argumentativa. La escuela y la universidad deberían ser los lugares por excelencia para aprender a pensar pero no los únicos; el diálogo es requerido en todas las relaciones y estratos humanos. Si en el Perú el diálogo es precario o inexistente, ello es debido a la carencia de argumentos para defender nuestras ideas, por el miedo a opinar distinto (de la autoridad) y porque el otro no existe realmente en el Perú. Finalmente, el asumir la tarea del pensar presupone la creencia en una vida mejor (ética) y con sentido, y la falta de autoestima y el poco valor que la vida tiene en el Perú van en detrimento de esta tarea que muchas veces se ve usurpada por la violencia o la resignación. Un nivel más avanzado y fundamental es el nivel del diálogo con nosotros mismos: el diálogo de la conciencia consigo misma . Esto es lo que en la tradición filosófica se conoce como el ‘ dos en uno' que alude a la relación que establecemos con nuestra conciencia en tanto examinamos que haya una relación de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos . Arendt afirma que el dos en uno apunta a mi conciencia pero, más precisamente, a un testigo que me está esperando cuando llego a casa6. El punto aquí está en que al abrirnos al examen interior estamos ya posibilitando el pensar; el pensar aparece en el diálogo, evidenciando no solo su carácter de actividad, sino además la posibilidad de su auto aprendizaje y esto en tanto somos nosotros mismos los que preguntamos y respondemos a la vez en el examen al que nos sometemos. Sin embargo, este diálogo interior que iniciamos en soledad no sólo alude al pensar y a su autoaprendizaje, sino que al emprenderlo y confrontarnos con nosotros mismos, estamos dándole cabida al bien, ya que la posibilidad de que nos constituyamos como sujetos morales pasa precisamente por un auto examen que se da al pensar, en tanto éste permite la actualización de la diferencia que se da en la conciencia . Es decir, el bien pasa y presupone que constantemente re evaluemos la coherencia entre lo que afirmamos y realizamos. Finalmente, el pensar mismo acaba siendo la actualización de esta diferencia. Sócrates dejó en claro que el criterio del pensamiento era el acuerdo -el no te contradigas a ti mismo -, es decir que para pensar había que procurar que los dos participantes estuviesen en buena forma, que fuesen amigos. Uniendo esto con lo anterior, podemos decir que asumir esta actualización de la conciencia nos permite seguir siendo amigos de nosotros mismos o recuperar la amistad perdida y, en esa medida, abrirnos más y mejor al pensar y a su autoaprendizaje, así como a la posibilidad de una vida más ética. También nos permite comprender por qué Sócrates consideraba que era mejor padecer una injusticia que ejercerla : uno puede seguir siendo amigo de la víctima mas no del victimario. Por el contrario, negarnos a esta actualización de la diferencia de la conciencia, el no pensar, ni autoenseñarnos a pensar en su nivel más profundo, es precisamente lo que hace y caracteriza al hombre inmoral pues hacer el mal presupone la negación o cancelación de ese diálogo interior. ¿Asumir o no asumir el diálogo con nosotros mismos? Esta es una opción aún pendiente para gran parte de los peruanos. Y debemos recordar que no elegir implica persistir en la inmoralidad en que vivimos. Notas:
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Publicado el 14 de Noviembre, 2005, 17:43
http://www.fhuce.edu.uy/revistafc/modules.php?name=Sections&op=viewarticle&artid=20 LA DIDÁCTICA SOCRÁTICA: UNA PERSPECTIVA DAVIDSONIANA Prof. Marta E. Bayarres Nuestro propósito en esta ponencia es analizar el valor del método socrático desde una perspectiva contemporánea. Con ese fin abordaremos el análisis a partir del enfoque del filósofo norteamericano Donald Davidson. Comenzaremos el análisis del tema refiriéndonos a la caracterización que Davidson, basándose en la obra de Gregory Vlastos, hace del método socrático. [1] "Vlastos caracteriza la refutación como sigue: Sócrates sonsaca una respuesta A, a una pregunta que plantea al interlocutor; Sócrates entonces extrae otras consecuencias de tal modo que lleva a que se descubra la falsedad de la respuesta A. La consecuencia es aceptada por ambos, y (casi siempre) los dos coinciden en que esto muestra (o incluso demuestra) que A, como se ha mostrado, es falso." Lo que de aquí se desprende es entonces que el método refutatorio produce progresos. En el momento en que comenzó el diálogo, el interlocutor estaba convencido de ciertas creencias. Luego de la instancia de refutación, el interlocutor descubre, que parte de sus creencias son contradictorias. Por otra parte, tal como Davidson plantea en su investigación, parecería que Sócrates creía que existen determinadas verdades básicas que todo el mundo comparte. Es por esta razón que Davidson acuerda con Sócrates en lo siguiente: "Cualquiera que en la vida tiene una creencia moral falsa siempre tendrá al mismo tiempo creencias verdaderas que él no abandonará y que se vinculan con la negación de esa creencia falsa" [2] Si centramos la presente ponencia en la perspectiva Davidsoniana del método socrático, es porque creemos que el mismo mantiene su plena vigencia, y, por otra parte, que tal vez no siempre se le ha considerado en toda su dimensión en lo que se refiere a su valor didáctico. Los objetivos que deberíamos perseguir en la clase de Filosofía es ayudar a disipar dudas, eliminar contradicciones y reconocer los errores. A estos efectos creemos que el método refutatorio socrático nos aporta un instrumento muy útil para el logro de los mencionados objetivos. Y en particular porque la refutación no se logra oponiendo una verdad manejada por el docente y no por el alumno, sino sobre un trasfondo de verdades que alumno y docente comparten. Porque no es la inconsistencia de la creencia errónea del alumno con las creencias verdaderas del profesor, sino con las propias creencias verdaderas del alumno, en lo que consiste la refutación. Sin duda que en el ámbito de la Didáctica se ha explorado abundantemente el valor de la pregunta como recurso en la tarea filosófica, pero creemos que la obra de Davidson, al introducir la necesidad de un trasfondo de verdades compartidas para hacer posible la comunicación, aporta una perspectiva interesante para la reflexión y la praxis en torno a ella. Como docentes de Filosofía partimos del principio de que nadie está en posesión de la verdad. Sin embargo también suponemos que todos disponemos de, por lo menos algunas creencias verdaderas. Encaramos la tarea docente como un proceso de develamiento de "verdades" que ha de ser tarea de todos. A este respecto, Davidson plantea que "…Sócrates estaba convencido de que cada hombre está en la posesión de ciertas verdades básicas, de modo que la sabiduría podía lograrse quitando las creencias que son incoherentes con las verdades básicas" [3] Cabe ahora que nos preguntemos si la convicción socrática señalada por Davidson no constituye el punto de partida de la tarea del filosofar. Parecería absurdo suponer que el alumno no dispone de por lo menos un cierto bagaje de creencias básicas verdaderas. Por otra parte, nosotros mismos nos sabemos en posesión de un conjunto de creencias básicas verdaderas. Pero, también somos conscientes de que ni el alumno ni nosotros poseemos algo que podamos denominar "la verdad". Abordamos la tarea docente entonces con la convicción de que, entre todos podremos realizar una aproximación a la verdad, mediante la eliminación de aquellas creencias inconsistentes con la base de creencias verdaderas. Afirmar esto supone partir del principio de caridad, es decir, atribuir al interlocutor determinadas creencias verdaderas, y, por otra parte, en la medida que ambos formamos parte del mismo mundo, confiar en que compartimos nuestras creencias más básicas. Adoptar este principio supone hacer un voto de confianza en el éxito del diálogo mediante el cual se podrá llegar a descubrir inconsistencias y avanzar en el camino hacia la verdad. En lo que se refiere a la confianza en el éxito del proceso que, en el plano de la docencia debería constituir su cimiento, pensamos que hay razones que la justifican. Tal como Davidson lo plantea, parecería no haber razones para dudar que a través del método socrático de la refutación no fuera posible eliminar creencias inconsistentes. Como tampoco hay razones para afirmar que todas las creencias de un sujeto sean falsas. Davidson afirma, no es posible que "…estemos equivocados pensando que hay un mundo fuera de nuestras mentes, un mundo que contiene otras personas, plantas y animales, pasturas y montañas, edificios y estrellas." [4] Si es así, entonces es posible comprender al otro. Si la comprensión, o, para usar un concepto davidsoniano, es posible la "interpretación", entonces no será una tarea imposible que, mediante la pregunta socrática se hagan manifiestas las inconsistencias y podamos avanzar en la búsqueda de la verdad. La reflexión refutativa sería un instrumento útil para eliminar las contradicciones. Por otra pare, la posibilidad de la práctica del método socrático nos lleva a considerar la estrecha relación que encontramos en éste, entre pensamiento y lenguaje. A este respecto Davidson señala:"(…) Nuestros pensamientos pueden estar confundidos, y podemos pensar que no podemos en el momento articularlos, pero lo que articulamos proporciona una ventana genuina en el alma." [5] La metáfora de "la ventana genuina en el alma", empleada por Davidson nos parece por demás significativa. En el proceso de la búsqueda de la verdad, disipar las inconsistencias, eliminar las confusiones y ver más claro dentro de sí mismo debería constituir el objetivo de la reflexión filosófica. Porque por otra parte, no se trata de que el alumno solamente logre abrir esa ventana en su alma, se trata de un proceso dialógico en el cual profesor y alumno, logran "ver" más claramente. Se ha discutido mucho sobre el sentido del postulado socrático de la docta ignorancia. Sin embargo una hipótesis probable sobre el sentido del mismo podría consistir en que Sócrates no creía poseer el saber, que estaba convencido de que a partir de la práctica de su método podría aumentar su sabiduría. En el Diálogo Menón, Sócrates dice lo siguiente:"No es porque tenga seguridad en mí mismo que provoco la duda en los otros; es porque tengo más dudas que ningún otro que yo provoco la duda en los demás." (Menón 80 c-d) En Cármides (166c-d), Sócrates responde a la acusación que se le hace por su manejo de la refutación de este modo:"… ¿Cómo puede usted pensar que yo tengo cualquier otro motivo para refutarlo sino que yo ya me haya examinado a mí mismo? Este motivo bastaría simplemente para temer mi inconsciencia de pretender conocer algo que ignoro. Y en este momento, yo le aseguro, continúo la discusión principalmente para mi bien, y quizás en alguna medida también por el bien de mis otros amigos." Los pasajes citados muestran que Sócrates estaba realmente convencido de que el diálogo basado en la pregunta y la refutación era el instrumento más eficaz para acceder al conocimiento. Sócrates consideraba que el habla era superior a la escritura. En el Fedro (275d) plantea que las palabras escritas parecen inteligentes, pero si usted las interroga dicen siempre lo mismo. Si bien es cierto que la tradición filosófica ha cultivado el diálogo como uno de los instrumentos más adecuados, no siempre se ha descubierto toda su riqueza. Nos parece importante tomar algunas apreciaciones de Davidson con respecto al valor del diálogo: "Por qué, (…), Sócrates creía que la comunicación verbal, correctamente dirigida, podría llevarlo al reconocimiento de verdades, no lo dijo, y yo no puedo responder por Él. Pero puedo dar una razón de por qué creyó eso. La respuesta descansa, (…) en la manera en que los contenidos del pensamiento de una persona y juicio dependen de sus relaciones con otras personas y con el mundo. Nosotros pensamos el diálogo como un proceso en el que pensamientos totalmente formados se intercambian, y pasamos por alto el hecho que el diálogo nos aporta nexos a partir de los cuales los pensamientos y conceptos se forman y adquieren significados. (…) Sin el lenguaje, los pensamientos no tienen ninguna forma clara; pero el lenguaje sólo permite que emerjan en el contexto de comunicación activa. Lo que nosotros pensamos depende de lo que otros pueden hacer de nosotros y de las relaciones con el mundo que nosotros compartimos con ellos." [6] Davidson sintetiza las virtudes del método socrático al afirmar que lo más importante en éste radica en que el diálogo crea vínculos que hacen posible que los pensamientos se aclaren. Mediante el diálogo se produce el intercambio activo entre los interlocutores que compartimos experiencias porque compartimos un mundo. Formamos una comunidad lingüística. Sin el lenguaje no se podría pensar en un mundo compartido. Si podemos interpretar a los demás, es porque todos poseemos un conjunto de creencias básicas y éstas son compartidas a través del lenguaje. Si es posible la reflexión filosófica, es porque lenguaje y pensamiento constituyen una unidad indisoluble. Mediante el diálogo y la refutación es posible aclarar conceptos, despejar dudas, eliminar inconsistencias. Estos son pasos en el proceso de búsqueda del conocimiento. En esto consiste la tarea del filosofar. [1] Vlastos, G., "Afterthoughts on the Socratic Elenchus", in [2] Davidson, D., "The Socratic Concept of Truth", in Truth, Language and History, [3] Davidson, D., "Dialectic and Dialogue", in Truth, Language and History, [4] Davidson, D., "Dialectic and Dialogue", in Truth, Language and History, [5] Davidson, D., "The Socratic concept of Truth", in Truth, Language and History, [6] Davidson, D., "The Socratic concept of truth", in Truth, Language and History, |