Publicado el 20 de Abril, 2006, 5:39
1. Concepciones generales de la filosofía La filosofía tiene dos rasgos que la diferencian de otros saberes o conocimientos. En primer lugar, es un saber de segundo orden, frente a la mayor parte de las materias o disciplinas, que son saberes de primer orden, o sea, que se refieren directamente a su objeto de conocimiento. La filosofía, en cambio, tiene una referencia mediata, por lo que no es fácil delimitar su campo de estudio. En segundo lugar, además de saber de segundo orden, es también un saber problemático, que siempre se está preguntando por sus fundamentos, un saber que se busca a sí mismo ("zetumene episteme"). Estos dos rasgos dificultan notablemente cualquier intento de definición. Más bien habría que decir que tal definición, en sentido estricto, es imposible. Pues, ¿qué es definir sino limitar, poner límites? Cualquier intento de definición *y los ha habido en la historia* termina inevitablemente en una reducción. Esta imposibilidad no debe hacernos caer en el agnosticismo, aunque sea un agnosticismo por sobreabundancia, derivado de la variedad de filosofías que existen o han existido. Para aclararnos podemos adoptar un criterio más formal y fijarnos, no tanto en los contenidos, que pueden ser muy diversos, como en la forma de hacer filosofía. A esto llamo "concepciones generales de la filosofía". Siguiendo ese criterio podemos distinguir tres concepciones generales: la concepción dogmática, la concepción histórica y la concepción crítica. En la concepción dogmática la filosofía se presenta como un cuerpo doctrinal cerrado y definitivo, que no parte de un análisis de la realidad presente, sino que se impone a ella. Filosofía dogmática es el aristotelismo tomista, pero también cierto neoplatonismo, el neokantismo o el marxismo soviético. La concepción histórica toma como filosofía su propio desarrollo histórico, identifica lo que la filosofía es con lo que ha sido, siendo esto último el conjunto de las reflexiones que han hecho los filósofos, más o menos ordenadas cronológicamente. Esta concepción es una respuesta a la crisis de la concepción dogmática. Evita formular una cosmovisión única y cerrada manteniendo, sin embargo, un cuerpo indiscutible de conocimientos: las distintas teorías y sistemas que se han sucedido a través de la historia. No hay que confundir la concepción histórica con una simple historia de la filosofía. La concepción histórica es, en todo punto, filosofía, ya se la entienda en un sentido creativo *como el desvelamiento paulatino de las cuestiones filosóficas (el ser, el espíritu, la razón, etc.)*, en un sentido pragmático *como el conjunto de los diversos planteamientos posibles o el sistema de las posibles mentalidades (platónica, aristotélica, racionalista, empirista, positivista, etc.)*, en un sentido "perenne" *como la expresión de las constantes del pensamiento humano* o en un sentido progresivo, de avance *como profundización en el planteamiento de los problemas y en las respuestas dadas a ellos*. La concepción crítica se diferencia de las dos anteriores por su relación con el tiempo presente. Las concepciones dogmáticas e históricas están separadas *aunque no necesariamente alejadas* de la realidad, no parten de los problemas reales. La filosofía dogmática ofrece respuestas sin que previamente se hayan formulado las preguntas; la filosofía histórica analiza las múltiples respuestas elaboradas por los filósofos en función de la diversa problemática de cada momento, pero sin establecer una relación directa con el presente. A lo más que llega la filosofía histórica es a establecer un nexo, una conexión entre los diversos planteamientos que se han dado. Son, como algún filósofo ha dicho, filosofías "exentas", frente a la filosofía crítica, que es una filosofía "inmersa". Son también filosofías que se ofrecen como un saber de primer orden (la filosofía dogmática) o permiten que se les pueda interpretar así (la filosofía histórica). La concepción crítica tiene dos vertientes y da origen a dos formas de hacer filosofía: la filosofía crítica "adjetiva" y la filosofía crítica "sustantiva". La primera considera que no se puede filosofar sin un análisis profundo de los saberes de primer orden, sean éstos saberes formales (matemáticas, lógica, etc.), experimentales (física, biología, etc.) o los llamados confusamente "ciencias humanas" (psicología, sociología, etc.). La segunda va más allá. Tiene un punto partida más amplio: parte no sólo de los problemas que plantean las ciencias sino también de los problemas planteados por la praxis, que son de índole moral y política principalmente. Y no se queda sólo en el análisis de los problemas, sino que trata de formular respuestas, aunque siempre en discusión con otras posibles, tratando de demostrar su invalidez.
2. Concepciones de la enseñanza de la filosofía La consecuencia pedagógica más destacada del auge de la historia de la filosofía en la enseñanza, es la hegemonía del comentario de textos como procedimiento o destreza, y la conversión del profesor en un hermeneuta, que ha de aclarar los posibles significados de dichos textos. La concepción crítico-adjetiva de la filosofía toma siempre como punto de partida la reflexión sobre algunas de las ciencias existentes. Según sea la ciencia que se tome, así será la filosofía que realice. En nuestro panorama cultural, influido todavía por un positivismo trasnochado, se suele distinguir entre ciencias experimentales y ciencias humanas. La elección de uno u otro conjunto de ciencias determinará el perfil del profesor. Esta concepción ha tenido *y tiene de forma residual* una gran vigencia en la filosofía del antiguo 3º de B.U.P. (todavía es pronto para determinar su importancia en la filosofía de 1º de bachillerato). Hay profesores "humanistas", que entienden la filosofía como una reflexión psico-sociológica con algunas migajas de metafísica. En contraposición, hay profesores "cientifistas" que, ante la imposibilidad de escoger una ciencia experimental, empiezan con la lógica y terminan con una teoría de la ciencia y el conocimiento. Los resultados de esta concepción han sido, sin embargo, un tanto frustrantes en la enseñanza secundaria. Tras haber hecho un curso de introducción a la filosofía, los alumnos no eran capaces de sacar una idea clara de la materia. Podían explicar en qué consistía la caja de Skinner, determinar el tipo psicológico de una persona, hacer un sociograma o realizar largas y complicadas deducciones lógicas, pero desconocían qué era eso de la filosofía. ¿A qué se debe este fracaso? A que el alumno de secundaria no es capaz de superar la inmediatez de la ciencia, se queda en el dato o en el procedimiento. Los objetivos de una filosofía crítico-adjetiva son inalcanzables en la enseñanza secundaria y probablemente en la universitaria. Son más propios de una enseñanza de postgrado. El fracaso de la filosofía crítico-adjetiva lleva a la aparición de un nuevo dogmatismo, el dogmatismo cientifista, que, no por indeseado, es menos real. Al final el alumno concluye que sólo tiene valor lo que dicen o hacen las ciencias. El profesor de filosofía termina haciendo dejación de su función crítica y se convierte en un repetidor de disciplinas en las que no es competente. La concepción crítico-sustantiva sortea la dificultad que supone el análisis previo de una ciencia determinada y se enfrenta directamente con las grandes cuestiones filosóficas. Los problemas filosóficos no surgen sólo de la práctica científica sino de la misma vida humana, que es social y política. Los problemas filosóficos son cognitivos y práxicos al mismo tiempo. La enseñanza de la filosofía se concibe como un planteamiento ordenado de problemas, en diálogo con las ciencias y con lo que otros filósofos han reflexionado antes. Las aportaciones de las ciencias y de la historia de la filosofía son sólo recursos didácticos a los que hay que acudir, ya sea para plantear más rigurosamente un problema, ya para discutir las posibles respuestas. El perfil del profesor en esta concepción se corresponde con el de un coordinador o estimulador del diálogo y el debate entre los alumnos. No es el profesor el que dialoga o el que debate sino los alumnos, pues son éstos los que tienen que hacer el esfuerzo dialéctico de fundamentar sus propias respuestas, "triturando", invalidando las otras hipótesis alternativas.
Extraído del Informe sobre la situación de la filosofía en la enseñanza secundaria, Antonio de Lara Pérez.
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