Didáctica de la Filosofía

Enero del 2006


Publicado el 26 de Enero, 2006, 18:04

http://weblog.educ.ar/espacio_docente/filosofia/archives/001002.php

 

Los filósofos

Por: Alejandro Rozitchner | 23-Ene-2006|

 

Revisando en Internet los materiales disponibles en relación con la búsqueda de una nueva enseñanza (o una nueva práctica) del pensamiento, me vuelve a sorprender un rasgo constante del universo de la filosofía: su dependencia de la historia de la filosofía y la forma en la que sus grandes figuras tienden a ocupar un lugar central incluso en la nueva enseñanza. Sin ánimo de cuestionar la importancia de tales pensadores fundamentales, ¿es válida la idea según la que resulta imprescindible tenerlos en cuenta a la hora de producir un pensamiento que pueda llamarse filosófico?

En apoyo de una respuesta negativa a esta pregunta encue ntro entre las referencias de la web la idea de “enseñar a pensar” (teaching thinking), y me parece que tal vez en esa vía encontremos un enfoque más adecuado a la hora de aprovechar la experiencia que la materia filosofía puede ofrecérnos.

En el cultivo de la filosofía suele haber más voluntad de culturizar que de abrir las posibilidades de un pensamiento. Eso es lo que revela la adhesión respetuosa de la tradición, y lo que creo que me resulta molesto de ella, el factor neutralizante de la producción de pensamiento, mal concebido como referencia orientadora.

¿Hay que renegar de los filósofos, entonces? ¿Puede un alumno de la materia filosofía desplegar sus dotes de pensamiento sin conocer la tradición que estas mismas palabras que manejamos contienen? ¿No resulta absurdo creer que un estudiante de bachillerato podrá -él sólo o en compañía de los otros alumnos-, remontar por su cuenta la reconstrucción de una complejidad difícilmente alcanzada a lo larg o de los siglos? Son objeciones importantes y me gustaría responderlas en detalle.

No, de ninguna manera es necesario renegar de las importantes figuras de la historia de la filosofía. Pero sí entende que ellas son meros instrumentos del pensamiento que queremos poner a funcionar y nunca el objeto de estudio. En la materia filosofía, si se la concibe bien, activamente, respetando de manera profunda el sentido propio de la riqueza de la filosofía, no se trata tanto de estudiar el pensamiento sino de ejercerlo. Esto necesariamente produce el cambio de actitud que va desde el respeto del erudito a la más liviana mirada del que busca hacer su vida y para ello se sirve de ideas. Los filósofos, por otra parte, fueron pensadores y no estudiosos, o –para decirlo de manera más completa- fueron en primer lugar personas interesadas en expresar y comprender el fenómeno de la vida y el sentido y en segundo lugar estudiosos de una tradición que les resultaba útil para tal fin.

Esta diferencia me parece bien representada en el siguiente ejemplo: según el planteo académico de la filosofía las grandes figuras de pensamiento se ubican entre nosotros y la realidad. Ellas observan el mundo, nosotros las observamos a ellas. Este planteo está fallado en su base, y debe ser reemplazado por uno en el que se establezca más bien una relación triangular: enfrentados nosotros también con el mundo que debemos (necesitamos, queremos) entender, miramos en la obra de los filósofos como en un espejo particular, encontrando en ellos interlocutores con quienes conversar acerca de nuestras ideas y nuestras impresiones respecto del mundo. El otro esquema, el de sustraerse al contacto con la realidad y suplantarlo por el estudio de quién si tiene derecho a relacionarse con ella, es condenarnos a la desactivación básica de nuestro pensamiento propio y convertirnos en meros estudiosos y repetidores de algo que estará siempre vacío. Lo primordial en la enseñanza de la filosofía es, antes que el reconocimiento de las distintas teorías y de los nombres de sus referentes, abrir esa mirada personal desde la que todo el juego del pensamiento adquiere sentido. No renegar de los filósofos, pero dar ante nada el golpe de estado en el pensamiento que permite que cada pensador sea el protagonista de su experiencia de sentido. Los más brillantes exponentes de la traidición filosófica son meros interlocutores, socios, del desarrollo de nuestra propia mirada.

La segunda cuestión, la de la complejidad que un alumno actual pueda estar perdiendo si no aprende primero las categorías fundamentales que las grandes figuras del pensamiento manejaron, puede ser respondida de la siguiente manera: cada época posee su propia complejidad, y en la mayoría de los casos, ese recorrido obligatorio por las minuicias de las épocas anteriores, épocas muertas, tienen más el sentido de obstruir la producción de las categorías adecuadas a nuestro complejo presen te que la de ayudar a crear el refinamiento del pensamiento al que debemos aspirar. Obligar a un pensador potencial (eso y no otra cosa es un alumno de filosofía de nuestros secundarios) a reconocer y aprenderse las categorías de análisis del período metafísico es equivalente a creer que es imprescindible para la formación de un médico conocer los antiguos y fallidos métodos de trabajo de sus colegas de siglos anteiores, hoy ampliamente superados. Ese amor del mundo de la filosofía por el pensamiento muerto es un rasgo ásico de su patología fundamental, pero es nuestra tarea rescatar a la actividad filosófica de tal malentendido y reintegrarla a la pulsión básica de la vida presente. La complejidad necesaria es la que debemos construir a través de la aplicación de actividades diseñadas para encontrar el sentido y sus problemas tal como se le presentan al hombre de nuestra época y en especial a ese individuo angustiado o feliz que es el pensador en cuestión, nudo central y previo de todo desarrollo de pensamiento verosimil.

Situar el replanteo de la materia filosofía en el marco de la creatividad o en el de la enseñanza del arte del pensamiento resultan de esta forma modos más certeros de acceder al sentido básico de la filosofía. Paradógicamente, al alejarnos de sus modos de presentación establecidos, pese a que algunos puedan irritarse o considerarlo poco serio, llegaríamos a ser capaces de refundar su práctica sobre el fondo esencial de su movimiento.

Publicado el 20 de Enero, 2006, 16:29

P. Si salimos de nuestras fronteras ¿cuál es el tema de nuestro tiempo?
R. Sin duda, la educación, y creo que la filosofía contemporánea debería partir un poco a partir del «dictum» de John Dewey que dice que la filosofía es una reflexión general sobre la educación, porque la educación impone a su vez un estudio sobre la cultura, es decir, sobre qué debe ser trasmitido, qué debe ser perpetuado, cómo debemos distinguir entre las destrezas y los valores... Hace veinte años, lo que funcionaba era la línea foucaultiana de que había que acabar con las escuelas como un tentáculo del poder, que en gran medida era un disparate, porque a la larga se ha demostrado que lo que hacía falta eran más escuelas.
Por philosophico, en: Citas

Publicado el 19 de Enero, 2006, 18:16

http://palestra.pucp.edu.pe/index.php?id=161

¿Cómo Aprender a Pensar? Sentido y Directivas

Gisèle Velarde

Filósofa, especialista en Ética y Filosofía Política. Responsable de Extensión Universitaria - Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

Síntesis: El pensar evita que los individuos caigan presos del engaño y que se adhieran a códigos o reglas sin reflexión previa. Sin embargo, ¿por qué es una actividad tan escasa en la práctica? Entre otras razones, por los riesgos naturales y humanos que conlleva (“no deja nada tangible tras de sí”, “no da el poder de actuar”, etc.) y, en el caso de nuestro país, por la marcada conciencia autoritaria y las carencias económicas existentes. Enseñar a pensar y aprender a hacerlo es un reto que toda sociedad debe emprender. Una primera forma de recibir este aprendizaje debería ser a través de la educación. Pero enseñar a pensar pasa primero por que los propios profesores sepan pensar y estén dispuestos a seguir aprendiendo.

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¿De qué pensar hablamos?

Dos preguntas surgen inmediatamente ante la pregunta que titula el presente artículo y son las siguientes: ¿se puede enseñar a pensar? y ¿qué entendemos por pensar cuando hablamos de aprender a pensar ? Ambas preguntas aparecen en tanto están íntimamente vinculadas con nuestra pregunta. La primera es fácil de contestar y la respuesta es afirmativa; su sentido está presupuesto en los diversos saberes que tenemos. La segunda pregunta resulta controversial y difícil de delimitar en una respuesta, ya que no hay consenso respecto de lo que el pensar sea, salvo que define por excelencia a los seres humanos.

Nuestro interés no se centra en el pensamiento como facultad ni como definición lingüística, tampoco como parte del atributo que se toma cualquier saber académico para sí -fundamentalmente la filosofía. Menos aún aludimos al sentido común que por su propia naturaleza no es capaz de pensar realmente y está lleno de lugares comunes; tampoco nos regimos necesariamente por la tradición occidental que entiende por pensar el acto representacional al cual el concepto de idea nos remite, debido a que esta noción también está inscrita dentro de los límites del saber filosófico.

Se trata entonces de ir más allá de los límites y ataduras del saber tradicional y/o profesional para poder descubrir el sentido del pensar y su aprendizaje; sentido y aprendizaje que están íntimamente relacionados entre sí, en tanto aprender a pensar supone ya valorar la actividad del pensamiento, valorar el sentido que el pensamiento como actividad tiene para la vida; de la misma manera que valorar el pensar conlleva el deseo de perfeccionar dicha actividad. Así, cuando hablamos de aprender a pensar tomamos el pensar como una actividad mental que existe potencialmente en la mayor parte de seres humanos y que puede o no ser desarrollada.

Responder a nuestra pregunta significa entonces que podamos dar algún derrotero sobre cómo desarrollar esta actividad de la mente que Hannah Arendt precisó bien al afirmar: “nuestra capacidad de pensar, es decir, (…) el simple hecho de que el hombre es un ser pensante. Y con esto quiero decir que el hombre tiene una inclinación y además una necesidad, de no estar presionado por necesidades vitales más urgentes (“la necesidad de la razón” kantiana) de pensar más allá de los límites del conocimiento, de usar sus capacidades intelectuales, el poder de su cerebro, como algo más que simples instrumentos para conocer y hacer”1.

Riesgos de la actividad pensante

No obstante, una empresa de esta magnitud implica ciertos riesgos sin los cuales la tarea del pensar no podría darse realmente. Riesgos, por cierto, que son también los que asumieron los grandes pensadores, quienes determinaron los cánones del saber que hemos heredado y que precisamente lo hicieron en tanto ellos mismos rompieron con los saberes y patrones que les habían sido impuestos en su momento.

Estos riesgos nos permiten dar cuenta de las razones por las cuales el pensar es escaso en la práctica. Entre los principales figuran el que el pensar no deja nada tangible tras de sí, no nos da el poder de actuar, no deja conocimientos , no puede ser acallado por “los sabios”, no soluciona enigmas cósmicos, no llega a verdades absolutas, irrumpe toda acción cuando se da, puede paralizarnos, es una empresa subversiva y puede conllevar también al nihilismo, lo cual significa que puede llevarnos a cambiar la falta de resultados por resultados negativos , como, por ejemplo, cuando insatisfechos en no llegar a definir qué es el bien optamos por el mal2.

Es importante señalar que el riesgo del nihilismo es creciente hoy bajo la forma del cinismo. El cínico contemporáneo es precisamente aquel que habiendo asumido el mandato de la Ilustración –el pensar por sí mismo - no ha llegado a respuestas concluyentes y, desilusionado, opta por ir contra todo orden moral y conocimiento en general3. El cínico es entonces un nihilista en tanto niega la vida y asume una actitud destructiva ante toda forma de ordenamiento. Manifestaciones de este cinismo son visibles en el Perú, principalmente en los sectores políticos pero no solo en ellos.

Se suman a estos riesgos naturales y humanos dos aspectos concretos que dificultan esta tarea en nuestro país: una marcada conciencia autoritaria que excluye el pensar en tanto impone la manera cómo los asuntos humanos deben ser asumidos y pensados, excluyendo el diálogo y la reevaluación; así como nuestras grandes carencias económicas que dificultan la posibilidad del pensar, en tanto nos suman en la necesidad y por ello nos excluyen de la libertad que el pensar requiere para realizarse. No obstante, ni el autoritarismo ni la precariedad económica son excusas para no asumir esta tarea.

Sentido, necesidad y proyecto de la tarea del pensar

El sentido de asumir la tarea del pensar conlleva la posibilidad de crear y recrear un sentido para la vida; implica que aun cuando no lleguemos a respuestas definitivas, llegaremos a respuestas mejores que las que tenemos ahora y que nos permitirán vivir una vida más realizada y autónoma. Sócrates fue muy claro al respecto al afirmar que una vida sin examen, sin reflexión, no tenía objeto de ser vivida: la felicidad, el placer, la justicia, el amor y el bien no son realmente viables si no asumimos la tarea del pensar. Más aún, el pensar evita que caigamos presos del engaño y que adhiramos a cualesquiera códigos o reglas sin reflexión previa. Pero lo más importante aún está en el vínculo fundamental que hay entre el pensar y el bien, como bien lo desarrolló Arendt, el cual constituyó uno de los ejes centrales de su obra.

Fue precisamente cuando Hannah Arendt cubría el juicio de Adolfo Eichmann en Jerusalén, responsable nazi de la deportación y muerte de los judíos, que la relación entre el mal y el pensar surgió como una problemática. El verificar que Eichmann no era un “hombre malo”, llevó a Arendt a preguntarse si es posible realizar (tanta) maldad sin ser una mala persona. Su obra deja en claro que sí es posible y que este tipo de mal es el mal banal fruto de la incapacidad de pensar . La obra sobre Eichmann evidencia que una persona sin maldad y sin especiales motivos para el mal, es capaz de infinito mal si no es capaz de pensar4. La pregunta que queda luego abierta es la de si es posible que el pensar nos abstenga del mal.

Cabe aquí mencionar que la humanidad en general ha vivido gran parte de su historia bajo diversas formas de sumisión mental que le han impedido a los seres humanos asumir la tarea de pensar. Occidente asume esta tarea de manera pública recién en la Modernidad , cuya esencia es la autonomía racional, la cual llegó a sus más altos niveles bajo la Ilustración , buscando que el ser humano desarrollase concepciones fundadas solo en su proceder racional en relación a todos los objetos del conocimiento. Kant hizo conocida para el gran público esta necesidad de aprender a pensar al mencionar que debíamos liberarnos de nuestra culpable incapacidad que era precisamente nuestra incapacidad de pensar y que aludía a la constatación histórica de no haber sido hasta ese momento capaces de pensar por nosotros mismos , sin la guía de otro(s). La diferencia que Kant establece entre el funcionario y el maestro da cuenta de este ideal de la Ilustración : se trataba ahora de que además de ser funcionarios tomemos una postura propia ante la vida y los conocimientos recibidos y nos hagamos maestros5.

¿Cómo aprender a pensar?

Pero, ¿cómo aprender a pensar ? ¿Cómo pasar de ser un mero funcionario a ser un maestro ? ¿Cómo liberarnos de la tiranía de la costumbre a la que aludía Bertrand Russell? Una primera forma de recibir este aprendizaje debería ser a través de la educación en general que, tomada en su verdadera naturaleza, alude a la apertura y liberación de la conciencia en aquel que la recibe. Por ejemplo, si en una clase de ética en la universidad el profesor solo explica qué dijo Platón, qué dijo Aristóteles, qué Kant y, así sucesivamente, de manera meramente histórica y/o descriptiva, no podrá enseñarle a pensar a sus alumnos. No obstante, si va más allá de este tipo de exposición y comienza a contrastar las distintas propuestas académicas entre sí y a evaluarlas, habrá ya despertado la capacidad crítica del alumno. Finalmente, si además llega a interpelar la realidad cotidiana y nacional, con preguntas del tipo ¿qué nos aporta hoy Platón? o ¿en qué medida nos sirve la propuesta aristotélica frente a la inmoralidad que vivimos los peruanos?, el profesor le estará enseñando a pensar a sus alumnos, en la medida en que les estará enseñando a tomar una distancia y postura crítica s frente a los conocimientos recibidos y a abrirse al diálogo , posibilitándoles así despertar su conciencia, ponerla en marcha y desarrollar su creatividad. Pero enseñar a pensar pasa primero por que los propios profesores sepan pensar y estén dispuestos a seguir aprendiendo.

Lo mencionado nos abre a la directiva fundamental sobre cómo aprender a pensar, la cual alude al diálogo, tanto de nosotros con los demás, como de la conciencia consigo misma. Este fue precisamente el legado de Sócrates, considerado por excelencia el pensador de Occidente, quien desarrolló la dialéctica como método para enseñarnos a pensar: para despejar la naturaleza de un tema Sócrates hacía preguntas y respuestas a los participantes donde se hacían evidentes las incoherencias y contradicciones en que ellos caían.

Las dinámicas de diálogo no solo conllevan a la solución (ética) de conflictos sino que nos enseñan a pensar en tanto nos confrontan con nosotros mismos, abren otras perspectivas en nosotros y desarrollan nuestra capacidad argumentativa. La escuela y la universidad deberían ser los lugares por excelencia para aprender a pensar pero no los únicos; el diálogo es requerido en todas las relaciones y estratos humanos. Si en el Perú el diálogo es precario o inexistente, ello es debido a la carencia de argumentos para defender nuestras ideas, por el miedo a opinar distinto (de la autoridad) y porque el otro no existe realmente en el Perú. Finalmente, el asumir la tarea del pensar presupone la creencia en una vida mejor (ética) y con sentido, y la falta de autoestima y el poco valor que la vida tiene en el Perú van en detrimento de esta tarea que muchas veces se ve usurpada por la violencia o la resignación.

Un nivel más avanzado y fundamental es el nivel del diálogo con nosotros mismos: el diálogo de la conciencia consigo misma . Esto es lo que en la tradición filosófica se conoce como el ‘ dos en uno' que alude a la relación que establecemos con nuestra conciencia en tanto examinamos que haya una relación de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos . Arendt afirma que el dos en uno apunta a mi conciencia pero, más precisamente, a un testigo que me está esperando cuando llego a casa6. El punto aquí está en que al abrirnos al examen interior estamos ya posibilitando el pensar; el pensar aparece en el diálogo, evidenciando no solo su carácter de actividad, sino además la posibilidad de su auto aprendizaje y esto en tanto somos nosotros mismos los que preguntamos y respondemos a la vez en el examen al que nos sometemos.

Sin embargo, este diálogo interior que iniciamos en soledad no sólo alude al pensar y a su autoaprendizaje, sino que al emprenderlo y confrontarnos con nosotros mismos, estamos dándole cabida al bien, ya que la posibilidad de que nos constituyamos como sujetos morales pasa precisamente por un auto examen que se da al pensar, en tanto éste permite la actualización de la diferencia que se da en la conciencia . Es decir, el bien pasa y presupone que constantemente re evaluemos la coherencia entre lo que afirmamos y realizamos. Finalmente, el pensar mismo acaba siendo la actualización de esta diferencia.

Sócrates dejó en claro que el criterio del pensamiento era el acuerdo -el no te contradigas a ti mismo -, es decir que para pensar había que procurar que los dos participantes estuviesen en buena forma, que fuesen amigos. Uniendo esto con lo anterior, podemos decir que asumir esta actualización de la conciencia nos permite seguir siendo amigos de nosotros mismos o recuperar la amistad perdida y, en esa medida, abrirnos más y mejor al pensar y a su autoaprendizaje, así como a la posibilidad de una vida más ética. También nos permite comprender por qué Sócrates consideraba que era mejor padecer una injusticia que ejercerla : uno puede seguir siendo amigo de la víctima mas no del victimario. Por el contrario, negarnos a esta actualización de la diferencia de la conciencia, el no pensar, ni autoenseñarnos a pensar en su nivel más profundo, es precisamente lo que hace y caracteriza al hombre inmoral pues hacer el mal presupone la negación o cancelación de ese diálogo interior. ¿Asumir o no asumir el diálogo con nosotros mismos? Esta es una opción aún pendiente para gran parte de los peruanos. Y debemos recordar que no elegir implica persistir en la inmoralidad en que vivimos.

Notas:

  1. Hannah Arendt. “El pensar y las reflexiones morales”. En : De la Historia a la Acción. Barcelona: Paidós. 1995. p. 113.
  2. Véase Arendt, Ibid. pp. 109 – 137. También Martin Heidegger. What is Called Thinking? New York : Harper Torchbooks. Harper & Row Publishers. 1972. p. 159.
  3. Véase al respecto: Peter Sloterd ijk. Critique of Cynical Reason . Minneapolis: University of Minnesota Press. 1987.
  4. Véase Hannah Arendt. Eichmann en Jerusalén . 4ta. ed. Barcelona: Lumen. 2001.
  5. Véase Emmanuel Kant. “¿Qué es la Ilustración ?” En: Filosofía de la Historia . 5ta. reimp. México: F.C.E. 1994. En el libro antes citado de Heidegger, este sostiene que aún no pensamos y desarrolla una relación interesante entre el pensamiento, la memoria y el agradecimiento a partir de la raíz inglesa thanc que es común a los tres términos.
  6. Véase Hannah Arendt. The Life of the Mind . Vol. 1. Flo rida: Harcourt Brace Jovanovich Publishers. 1978. En especial el Capítulo 3: What makes us think?

Publicado el 19 de Enero, 2006, 17:45

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